Cazadores y recolectores: adaptación y organización social
<<Esta es una nueva propuesta reorganizando la información del anterior ensayo sobre los Cazadores Recolectores>>
Los cazadores recolectores (CR)
son un grupo que se caracteriza por su relación no transformativa de los
ecosistemas, aunque sí pueden producir alteraciones.
¿Qué significa exactamente esto?
Como lo plantea Ramón Valdés
(1977), las sociedades humanas se caracterizan por una inmensa diversidad en su
desarrollo histórico, pero la mayor diferencia es aquella que permite, u
obliga, o no, a una sociedad a transformar su propio entorno.
Si bien no existe una “ley” que
nos diga con precisión cuales son las características concretas que hacen que
un grupo humano desarrolle una técnica, incremente su presión demográfica o se
organice de un modo u otro, sí que sabemos que la diversidad en la forma de obtener
y consumir los alimentos son “el
resultado de una continua serie de intensificaciones y agotamientos, acompañada
por perfeccionamientos en la tecnología” (Harris, 1987, 39).
Con esto no queremos plantear una
dicotomía universal entre “naturaleza” y “tecnología”, pues sería falaz. Como ha
demostrado la etología, el uso de la técnica es común en multitud de seres vivos,
como los nidos en los pájaros, el uso de palos por parte de chimpancés o la construcción
de presas por partes de castores. Sin embargo entre ambos elementos en y con
los que interactuamos los seres humanos vemos una diversidad de relaciones.
Los CR se
caracterizan por una técnica que no transforma el medio donde se desarrollan.
Pero aquí no es cuestión de introducir sentencias del tipo, “no pueden”, “no saben”, “no quieren”. Pues
esto solo se podría decir en el supuesto de una homogeneidad que nos permitiera
hacer comparaciones de este tipo en igualdad de condiciones entre todos los
grupos humanos. Sin embargo, el entorno ecológico varía, a lo largo del espacio
y del tiempo. En este sentido es interesante que los CR ocupen un periodo histórico
tan amplio en el desarrollo de la humanidad, lo cual hace casi inseparable el
estudio de este grupo de la antropología como de la arqueología o la historia[1]
(Barnard, 2004), pese a que la mayoría de autores aquí citados advierten de las
limitaciones de considerar iguales a los CR prehistóricos a los contemporáneos ,
si bien la “analogía etnográfica” es “piedra angular de todo trabajo
recosntructivo, medio principal de recomposición de los registros arqueológicos”
(Dunnell, 2001, 39).
Esta
variación ecológica, como decíamos, hace que las técnicas si bien pueden ser
básicas, también han de ser adaptables a cada entorno natural: “aunque el hombre actúa en la naturaleza
de acuerdo con sus conceptos y deseos, es sobre la naturales misma donde actúa,
a la vez que ésta actúa sobre el hombre, nutriéndolo y destruyéndolo”
(Rappaport, 1975, 271).
Así pues,
y pese a lo que podría parecer, no son
un grupo estandarizado sin más (pocos lo son). Dadas sus relaciones ecológicas
ajustadas al medio, podemos ver una serie de características comunes que son
resultado de este marco de intervención que tienen los CR, sin embargo no hay
que olvidar que de ecosistemas hay muchos. Así pues, a la vez que el margen de
actuación de estos grupos es limitado y ello los caracteriza, también es cierto
que “el componente esencial de esta
tecnología sea su ajustada adecuación al medio, su casi perfecta articulación
dentro del ecosistema” (Valdés, ídem., 39), lo cual les dota de una
variabilidad concreta (local) riquísima,
lo cual, a su vez, “no quiere decir
que los cazadores-recolectores pudieran sobrevivir en cualquier hábitat […] recientemente se ha debatido mucho la
capacidad de las poblaciones humanas para subsistir en los bosques tropicales
sin recurrir al cultivo de plantas” (Harris, 1998, 275).
Podemos
encontrar que dicha variabilidad genera dos extremos en las formas sociales
entre los cuales van jugando los grupos humanos así caracterizados:
Simples
|
Complejas
|
Baja densidad de población
|
La densidad de población
|
No dependen del almacenamiento de alimentos
|
Dependen del almacenamiento de alimentos
|
Viven en asentamientos temporales la mayor parte
del año
|
Viven en aldeas la mayor parte del año
|
Débiles distinciones de rango
|
Fuertes distinciones de rango
|
Comparten una ética común
|
Ética común relajada
|
No existe propiedad de los recursos
|
Propiedad familiar de los recursos
|
Tabla 1: Sobre los dos grupos
diferenciados de C-R. Reelaboración del Cuadro 12.2 en Harris, 1998 p. 275.
Y es justamente esta diversidad
en los grupos CR; que hace que se puedan “situar
en el nivel familiar […],
pero también en los grupos locales, incluidos los sistemas bastante complejos
del gran hombre, posiblemente jerarquías” (Johnson y Earle, 2003, 16);
la que se toma como cuestión a desarrollar en estas breves líneas que
emprendemos. Así pues podemos ir atendiendo a las diversas características de
este grupo e ir atendiendo a como en
correlación con un ecosistema diverso dichos aspectos se ven obligados a
variar: “A menos que se reconozcan
y entiendan los aspectos comunes básicos no se puede afirmar la magnitud e
importancia de las diferencias” (Rapapport, ídem., 269).
Para ello vamos a dividir este
trabajo en tres apartados. En una primera instancia vamos a comparar la
relación de obtención de recursos que tienen dos grupos humanos en dos entornos
bien opuestos. En un segundo apartado, buscaremos comparar la organización
social de grupos humanos con dos entornos ecológicos bien distintos. Finamente,
reexpondremos algunos datos y buscaremos otros para poder proponer algunas
ideas, en la mediad de lo posible, concluyentes.
¿Más movimiento, menos acumulación?
Una de las principales características
atribuidas a los grupos CR es su nomadismo. Así se comprende que “En el momento en que la cantidad de
energía empleada en el abastecimiento […] sea
excesivamente superior a la cantidad de energía que se obtiene por medio de la
ingestión de alimentos […] el
poblado debe buscar otro emplazamiento en el que la demanda sea satisfecha con
un empleo menor de energía” (Arce, 2005); y dada su escasa alteración
del medio donde viven se espera que este agotamiento de los recursos se
produzca de forma regular, obligando a la movilización del grupo, de igual
modo, de forma regular.
Sin embargo esto no tiene por qué ser así de simple. En este apartado nos
es interesante acogernos a la propuesta de Lewis R. Binford (2007) de discernir
entre grupos nómadas y grupos colectores u “organizados logísticamente” (OL) de
CR:
-
Grupos nómadas: “tienen
gran movilidad residencial, se apoderan de bienes de poco bulto y cumplen
estrategias de obtención cotidiana regular del alimento” (ídem, 446)
-
Grupos OL: se caracteriza por “almacenar comida durante parte del año y
organizar de modo logístico partidas para obtener alimentos” (ídem. 447)
Así entre estos dos tipos podemos
escoger dos casos conocidos que corresponden a cada uno: Los ¡kung y los
kwakiutl dos grupos CR bien diferentes entre sí en múltiples aspectos. Pero es
en su organización y movilidad donde más se diferencia. En este caso la primera
diferencia no la tratamos, pero si al cuestión de su dispar movilidad en dos
ecosistemas bien diferenciados.
Empecemos por el caso que se
desarrolla en un ecosistema desértico, donde “la
distribución de las fuentes de agua es, con gran ventaja, el determinante
ecológico más importante de la subsistencia de los bosquimanos. La
disponibilidad de alimentos vegetales tiene una importancia secundaria, y el
número y la distribución de los animales de caza tiene escasa importancia”
(Lee, 1981, 43) y vemos que “los
individuos y las familias se trasladaban constantemente de un campamento a otro”
(ídem., 40).
Sin embargo esta movilidad debe
comprenderse en términos más amplios y complejos, así hay quienes migran de un
campamento a otro, hay quienes se trasladan temporalmente y hay quien solo
realiza visitas,[2] pero
dicha movilidad individual no debe confundirse con la movilidad entera del
grupo cuando se desplaza en busca de recursos, en especial agua. Así en los
¡kung vemos una movilidad descrita por la estacionalidad (de noviembre a abril,
de mayo a julio y de noviembre a octubre [ídem., 48]), motivo por el cual “reconocen cinco estaciones basándose en
las diferencias de temperatura y lluvia” (Johnson y Earle, ídem., 76)(imagen
1).
Ilustración 1: Estaciones !kung. En: Johnson y
Earle, 2003, p. 76.
Así los ¡kung se distribuyen alrededor
de las fuentes de agua que estén disponibles, bien sea durante la estación seca
(abril-octubre) con sus 8 embalses permanente de agua, cuando “la ecología […] sufre un proceso de simplificación”
(Silberbauer, 1983, 300), bien sea la estación húmeda (noviembre-marzo) cuando,
a parte de los 8 embalses permanentes, aparecen embalses estacionarios entorno
a los cuales se redistribuían los grupos de bosquimanos, cuando “la ecología sea vuelto más compleja”
(ídem.).
“Lo
característico es que los bosquimanos ocupen un campamento durante un periodo
de semanas o meses y se coman los recursos que lo rodean” (Lee, ídem.,
46). Sin embargo esta misma movilidad varía según la estación. En la estación
seca, cuando hay menos embalses, estos grupos prefieren someterse a un equilibrio
entre alimentos más abundantes pero menos apreciados y los menos abundantes
pero más apreciados, para así no tener que trasladarse de inmediato.[3]
En la estación húmeda, se consumen los alimentos menos abundantes pero más
apreciados en mayor abundancia y cuando este recurso se acaba el grupo se
traslada con mayor facilidad, aprovechando la aparición de los embalses.
(ídem., 47)
El punto de inflexión entre
movilizaciones diarias para la búsqueda de alimentos se encuentra en la
pernoctación. Debido a, 1) un consumo extra de lo que se captura para poder
sostenerse el grupo durante esa jornada, o las que sean, y 2) que el grupo a la
espera no recibirá ningún alimento por parte de este grupo “explorador” hasta
su vuelta.
En otro caso opuesto nos
encontramos con los kwakiutl. Este es un grupo que cuenta con gran diversidad de
alimentos a su alcance, si bien aquellos productos de los que disponen
habitualmente son menos y van variando de forma estacional. No obstante, se
encuentran con la posibilidad de ejercer la caza, al recolección y la pesca
dado el variado paisaje de su entorno: rio, montaña y costa.
Sin embargo, y pese a esta
aparente riqueza, Piddocke (1981, 104) nos recuerda que “El hambre no era desconocida para los
kwakiutl”. Las principales razones eran ecológicas; por un lado,
climáticas, ya que el mal tiempo podría dificultar la caza y la pesca, y, por
otro lado, en la conducta de los peces, que podían producir un atraso en las
migraciones; esta relación directa con los periodos de hambre, se entiende
mejor por la gran dependencia de este grupo con respecto a la pesca.
En el caso de los kwakiutl la
movilidad también se produce con motivo de la estacionalidad. Así se tiene unos
poblados estables en invierno y otros asentamientos, más próximo a las zonas de
pesca, para el verano. Lo más interesante es la función de agrupamiento y
dispersión que se produce, similar a los ¡kung. Así los grupos se reúnen en
Invierno y se dispersan en verano; mientras que en el segundo movimiento se
hacía mediante los numaym[4],
el primer movimiento producía encuentros “inter-tribales”
(ídem., 107).
En el caso de los kwakiutl
podemos ver una movilización recurrente, aquello que Tylor (en Binford, 1989,
444) llamó nomadismo atado; en tanto
que se produce una recurrencia al concurrir a unos espacios determinados por
motivo de su localización y estacionalidad.[5]
Esta misma característica, parece,
define los movimientos de lo ¡kung[6],
sin embargo, en este grupo dicho movimiento recurrente no define sin más el
movimiento del grupo, así pues si bien existe un cambio estacional entre épocas
húmedas y secas, esta variación solo sirve para redefinir una movilidad, ya de
por sí, mucho más recurrente (semanas o meses).
Con esta reflexión última buscamos
resaltar como la “movilidad” o el “nomadismo” de estos grupos no solo tiene que
definirse en grados de recurrencia, sino que el propio tipo puede ir variando y
no tener el mismo efecto sobre un grupo u otro.
De igual modo la movilidad
también se describe entre estos grupos de forma interna. No solo se desplazan
los kwakiutl de los emplazamientos de verano a los de invierno, también se
producen movimientos internos a estos grupos que no nos hablan de temas menos
importantes con respecto a la organización de dichos grupos. Mismamente, entre
los kwakiutl “A menudo ocurría que
un grupo local se hubiese muerto de hambre de no haber adquirido alimentos de
otro grupo” (ídem., 106). Si bien esta frase es algo exagerada, ya que como
nos recuerda Valdés (ídem., 34) “Son
dueños [los CR] de una
olvidada sabiduría que no les hace más ricos, ni talvez más felices, pero sin
la que su existencia sí sería de verdad miserable: la de que no es
imprescindible comer cada día”.
Sin embargo, más allá de su grado
de “subsistencia”[7],
este último aspecto nos permite introducirnos en la organización de dichos
grupos y preguntarnos por su igualitarismo y su carácter redistributivo.
Jerarquía y redistribución:
En el caso de los indios de la
costa noroccidental canadiense, si bien el entorno era generoso, la
estacionalidad de la disposición de dichos recursos de caza, pesca y
recolección obligó a que “se especializaran en aquellos recursos
que eran los más abundantes y susceptibles de almacenamiento y conservación”,
esto “hizo necesaria una
organización muy eficiente de las tareas, lo que constituyó la base de la
aparición y consolidación de una fuerte estratificación social”
(Sánchez, 2009, 200-201). El “hecho social total” de este proceso podría
encontrarse en el Potlatch.
Sin embargo, merece la pena una
mayor descripción del funcionamiento de los kwakiutl para comprender mejor su
disposición. Así, si hasta ahora nos hemos centrado en su movilidad, ahora nos interesa
su organización.
Ante todo es importante advertir,
que si bien el Potlatch ha sido una institución profusamente estudiada, Boas,
no la analizó, solo la describió; en consecuencia, los estudios posteriores han
tenido que suplir dicha carencias desde múltiples ópticas (Barfield, 2001). Una
de las que aquí tomamos es la visión histórica sobre esta institución, por lo
que habrá que advertir que existen dos periodos, dos retratos diferentes del Potlatch.
Una cara es la de la sociedad igualitaria contemporánea, aunque con
transacciones económicas más extravagantes, la otra es la de una sociedad
desigual que ya queda en el pasado, pero con transacciones económicas menos
extravagantes y famosas. Si bien, la división puede llegar a ser más complejas
(Piddocke, ídem., 102). En este caso, como nos interesa su estratificación y
jerarquía, atenderemos al caso histórico antes que al contemporáneo.
Los kwakiutl tienen unos usos y
derechos estandarizados. Así cada grupo tiene unos usos adscritos al territorio
de caza, las estaciones de pesca y las áreas de recolección de bayas. “Los kwakiutl peleaban entre ellos por los
derechos” de estos espacios (ídem., 104). Así el uso recurrente del
mismo territorio, o la guerra, causa la apropiación de dicho territorio para el
grupo. Esto genera una dialéctica entre los grupos los cuales deben atender a
quien pertenecen ciertos usos y hasta qué punto se le puede hacer frente al
propietario.
De esta dinámica belicosa los
grupos podían salir beneficiados. En especial los esclavos era un recurso
necesario y de prestigio, que se adquiría en este tipo de acontecimientos. Y es que la
organización estricta no se producía únicamente entre los grupos; de forma
“interna” a cada grupo, también existe una diferenciación, una jerarquía.
Como ya hemos descrito líneas
masa arriba, existen dos forma d de agrupamientos entre los kwakiutl; 1) la
tribu es la unidad mayor y emerge de los poblados comunes para la estación de
invierno, sin embargo se disolvían en verano en 2) numayms, los cuales son los grupos “realmente existentes” para la
organización del trabajo y los Potlatch.
Cada numaym tiene un cabeza quien
“descendía, en teoría, de la línea
primogénita de un antepasado fundador” (ídem., 106). Es este cabeza el
que posee derechos, símbolos y obligaciones. Son estos elementos los que se heredan
a la muerte de un cabeza por parte de la línea directa masculina; si bien,
también hay que hablar de que algunos de estos derechos o privilegios son dados
en forma de dote, contando como parte fundamental de la contabilidad de los
matrimonios. Estos privilegios, de igual modo, compiten con los de otros
miembros de la tribu. Así, el jefe de un numaym con derechos y títulos superiores
a los demás jefes de numaym, “era considerado
el jefe de la tribu o poblado” (ídem., 101).
Estos numayms, como hemos
advertido, son el grupo del cual depende la explotación de los recursos y su
administración; así, un Potlatch también corre a cuenta de estas unidades
sociales kwakiutl. El Potlatch se realiza como un intercambio de bienes entre
los numayms. De forma tradicional, solo el jefe podía participar de estos Potlatch
y era quien, en primera y ultima instancia, salía beneficiado o no de dichos
festejos, mediante el honor. El jefe, no obstante, abordaba mayores funciones en
estos acontecimientos, así “custodiaba
y administraba los recursos del numaym. Por tanto, era su deber realizar los
rituales [….]. Por ello recibía cierta parte” de
los recursos obtenidos (ídem., 108).
Si bien los jefes eran los únicos
que podían permitirse una acumulación de bienes como para realizar un Potlatch,
es también cierto que no se disponía de tantos recursos, dado el no contacto
todavía con los occidentales, lo cual, a su vez, resalta el papel de ayuda a la
subsistencia del grupo, en vez del canónico planteamiento de superabundans: lo cual, a su vez,
explica que “Para la mayoría de los
componentes del numaym, la importancia de tener una posición de rango se veía
reflejada en el hecho de recibir regalos en una distribución de Potlatch, no en
tener que validar estas posiciones dando un Potlatch” (ídem., 114). De
igual modo aquí toma un nuevo sentido que la distinción entre “jefe” y
“plebeyo” fuera tan clara, incluso dentro de la propia familia: el jefe es
quien “da” en el Potlatch, el plebeyo recibe y el esclavo puede ser dado como
regalo o como pago de una deuda con motivo de un Potlatch.
Esto no implica que el plebeyo
quedara totalmente apartado, como parte pasiva, del Potlatch. Mismamente, “un miembro del numaym que no era
suficientemente rico [...] (y
este era el caso de la mayoría), daba su riqueza al jefe de su numaym para que
éste celebrara el Potlatch en su lugar” (ídem., 115)
Esto, sin embargo, es el broche a
un sistema complejo de tenencia de tierra (a cargo de los numaym) y de relaciones
ecológicas donde cada unidad puede tener más o menos “suerte” cada año y de
ello dependerá la posición que adquiera en los Potlatch, lo cual a su vez
implica un intercambio de “ayuda” para la subsistencia por honor.
De igual modo esta estructura
puede hacerse aún más compleja mediante las organizaciones “secretas” que rigen
el mundo ritual de los kwakiutl, ya que estas “duplicaban
la estructura de la estratificación social con la existencia de dos grupos, el
de los iniciados y el de los no iniciados. Los primeros eran los nobles
[…] Los plebeyos, los no-iniciados”
(Sánchez, ídem., 202).
En contraste con la organización
de los kwakiutl nos gustaría proponer a los hadza. Este es un grupo, no
enteramente formado por cazadores-recolectores, pese a que nosotros nos vamos a
centrar en este grupo, que vive en unas duras condiciones ecológicas, en Tanzania,
alrededor del lago Eyasi.
De forma similar a los ¡kung los
hadza “move camp roughly once a month, when the barries run low or the hunting
becomes thought or there’s sever sickness or death” (Finkel, 2009). Su
entorno consta de “una sabana
rocosa, seca, dominada por matorrales espinosos y acacias e infestado por
moscas tse-tsé” pero aun que pudiera parecer lo contrario, “es rico en alimentos silvestres” y
los animales “son excepcionalmente
numerosos”. A más a mas, “las
fuentes de agua están ampliamente repartidas […], pero son muy escasas en la estación seca” (Woodbur,
1983, 24-25).
A las mujeres les corresponde
recolectar, casi a diario, de lo cual una buena porción es ingerido al mismo
momento de la recolección, “menos
de la mitad se reservan a los hombres” (ídem., 26). La caza, sin embargo,
es tarea de los hombres. Si bien se ha sostenido que es un acto puramente
individual (ídem.), muestras etnográficas más recientes (Finkel, ídem.)
muestran que se pueden hacer partidas, de varios hombres, para cazar, por
ejemplo, un primate. Al igual que las mujeres, cumplen con sus necesidades
alimenticias in situ.
Los hadza, como otros CR, tienen
muy pocas posesiones, “the four
possesions every Hadza man owns are a bow, some arrows,a knife anda a pipe”
(idem.). Dentro de esta misma lógica, es comprensible que “no ejercen derechos sobre la tierra”
(Woodbur, idem., 25). Esta carencia de acumulación crea una ausencia de autoridades,
pero no solo en la órbita política, también en la esfera religiosa podemos
decir que “The Hadza are not big on ritual. There is no much room in their lives,
it seems, for mysticism, for spirits, for pondering the unknown. There is no
specific belief in an afterlife […]. There are no hadza priests or shamans or medicine
men. Missionaries have produced few converts” (Finkel, ídem.).
Así esta ausencia de elementos
religiosos contrasta con el sistema de privilegios entre iniciados y no
iniciados en las organizaciones secretas de los kwakiutl. De igual modo no
existen diferencias internas de rango pues por la vía política “The
hadza recognize no official leaders”, mientras que en términos
económicos “none has more wealth; or, rather, they all have no wealth”
(ídem.), a excepción de la pipa, el arco y poco más, ya mentados.
La relación con el medio en ambos
caso es diametralmente opuesta. Así mientras los kwakiutl poseen un ecosistema
diverso, los hadza, sin ser pobres en recursos, poseen un ecosistema más
homogéneo. Mientras que los kwakiutl poseen una noción de territorialidad
formalizada por la recurrencia de los espacios y de su apropiación mediante la
guerra, lo hadza no poseen semejante noción, lo cual incluso le ha acarreado
problemas pues “over the past century, the Hadza have lost exclusive
possession of as much as 90 percent of their homeland” (ídem.). Mientras
que los kwakiutl, aun con sus dificultades, tenían un acceso a los recursos “suficientemente
grande como para mantener a una población mayor de lo corriente en sociedades
de cazadores-recolectores” (Piddocke, ídem., 105), los hadza se quedan
en una 30 de personas, pues “that’s the largest number who can share a good-size
game animal or two and feel decently sated” (Finkel, ídem.).
Conclusiones:
Como hemos podido ver existe una variabilidad
inmensa en esta relación de necesidad-recolección/caza
en los grupos tipificados como CR. Sin embargo, y antes de cualquier cosa, no podemos
hablar aquí de una relación de depredación simple, comparable al de cualquier
otra especie, como advierte Silberbauer (ídem., 311) “Un arco y una flecha envenenada compensan sobradamente la
falta de fuerza y velocidad y agudos caninos y garras, y extienden su alcance
mucho más allá de la longitud de su brazo”.
Así las relaciones ecológicas
entre hombre y animal, no son graduales, son categoriales, a diferencia de lo que algunos autores han
podido querer proponer (Lee, ídem., 36)[8].
Constituyen una categoría propia. De igual modo, entre grupos sucede algo
similar. En los dos apartados anteriores hemos buscado exponer como dentro de unas
coordenadas concretas, donde adscribimos dichos grupos humanos, hay una gran variedad,
pero se mantiene dentro de unos márgenes.
Así muchas de las lecturas que
hacemos de estos grupos están mas en la “visión
tradicional de la situación de los cazadores [que] es también preantropólogica y
extraantropológica, es a la vez histórico y referible al más amplio contexto
económico en el que opera la antropología” (Sahlins, 1977, 15).
Así a lo largo de las décadas se
han ido sucediendo lecturas más y menos positivistas sobre estos grupos.
En aspectos como la organización;
Por lo general se les atribuye una simpleza organizativa que constituye la
esencia del grupo. Así se caracterizarían por la ausencia de jerarquías, de
rituales, de territorialidad y, por ende, de guerra.
Sin embargo no se produce de un
modo tan esquemático, tal y como ya hemos podido ir viendo en los ejemplos
anteriormente expuestos.
La disposición de los recursos marcara
múltiples aspectos.
Cuando los recursos se encuentran
dispersos y la explotación del terreno está limitada, “el movimiento es una de las condiciones de ese éxito”
y “su fortuna es una carga”
(Sahlins, ídem., 24). Es así como este modo de vida queda institucionalizado[9]
(ídem, 25). A su vez es comprensible que dicho alto grado de movilidad se
asocie con una no-especialización en la búsqueda pues no se requiere.
“Esta
consideración [la organización del trabajo] esta a su vez parcialmente condicionada por los recursos de
disponibles en el medio ambiente a que se trate” (Cashdan, 1991, 51).
Así pues ya no hablamos solo de la organización genérica del grupo
(recurriendo, por ejemplo, a la distinción de Binford antes presentada entre Nómadas
y LO), sino que de forma interna el grupo se segrega o no.
Así es comprensible que en el
caso, extremo, de los indios guayaquies, “si
las mujeres no recolectan prácticamente nada, es porque no hay casi nada que
recolectar” (Clastres, 2014, 113) y se niega, de paso, lo que algunos
afirmar con rotundidad con respecto a las sociedades CR: “los hombres cazan, las mujeres recolectan”
(Arce, ídem.). El caso de los guayaquies deriva en una organización social que
divide a hombres y mujeres, antes que entre recolectores y cazadores, “se ve como la oposición entre un grupo de
productores y otro de consumidores” lo cual “confiere su sentido a todo un conjunto de actitudes donde se
teje la trama de las relaciones sociales” (ídem, 114) que se extiende
desde los instrumentos asociados a cada género (el arco y la cesta) hasta los
cantos rituales (el prera para ellos
y el chenaruvara para ellas). La
movilidad en este grupo, efectivamente, es muy recurrente, “raramente, duran más de tres días”
en un lugar (ídem.).
Esta movilidad recurrente y la
limitación en la especialización de la explotación, no solo genera una ausencia
de especialización en los “trabajadores”, entre cazadores o recolectores; sino
que en términos rituales lo mismo sucede. No hay autoridades religiosas
especializadas. De igual modo estas mismas autoridades tampoco constituyen
cargos políticos de coordinación entre grupos para planificar un acontecimiento
especial.
Sin embargo, si nos centramos en
otros grupos, vemos que esto se produce de un modo muy distinto. Los shoshón
(Johnson y Earle, ídem, 67-74) se han asociado históricamente a los CR de baja
densidad señalados por Binford (ídem.), sin embargo tal y como fueron descritos
originalmente (en la década de 1930) estos grupos sí que se organizaban de una
forma algo más compleja que, inclusive, nos puede recordar a los kwakiutl, y
hacer de este grupo uno caracterizado por una mayor complejidad, propia de una
especialización logística.
Así, de forma estacional, las familias
se dividían en primavera, y así permanecían en verano, mientras que se reagrupaban
en otoño e invierno. Sin embargo cada ciertos años se producían grandes cambios
en la organización de los grupos.
La causa era la organización
entre varias familias (más de 15) de la caza cooperativa de liberes y
antílopes. Centrándonos en esta última; se producía “quizás una sola vez cada doce años” (Johnson y Earle,
ídem., 71) y la finalidad era eliminar por completo la población de estos
animales. Para generar una cohesión entre grupos era necesaria la ritualización
y jerarquización. Ahí aparece un “chaman del antílope”, “al que se creía capaz de atraer las
alamas de los animales, desempeñaba un papel central en la coordinación de la
batida”, por lo cual “dirigían
las actividades del grupo” (ídem., 72 y 72)
Así es comprensible que, cuando
se habla de “estación ceremonial” (Cashdin, idem., 59), hablamos de un concepto
muy amplio, ya que la “estacionalidad” si bien puede estar presente en estos
grupos, fluye mucho de las movilizaciones diarias, a las comprendidas entre las
cuatro estaciones del año, las que distinguen entre estaciones secas y húmedas
y las que responden a estacionalidades más amplias aun, incluyendo varios años.
Po proponer un caso radical, pese a que se desvía de lo que aquí tratamos, son
un buen ejemplo los ciclos de en torno a 20 años que ocupan las guerras entre
los tsembaga de Nueva guinea, los cuales además están directamente relacionados
con la disposición de piaras de cerdos que saturan o no a la aldea (Rapapport,
ídem., 276-286) (anexo 1). Y no planteamos en balde la idea de “ciclo”, como
advirtió Mauss (1974,35), “la
noción de «movilidad» deberá ser
substituida, en muchos casos, por la de «recorrido»: hasta los zíngaros tienen sus propios
itinerarios. Hay que tener en muy en cuenta, pues, no sólo el emplazamiento
momentáneo de cada grupo, sino toda su área de recorrido, a menudo a largas
distancia”[10].
Aspecto este último, notorio en los mapas presentados en el trabajo de
Silberbauer (ídem., 306-309) sobre los G/Wi
Desde una perspectiva etnohistórica
tampoco podemos consolidar un orden entre estos factores (territorialidad,
complejidad, movilidad, tecnología…) como determinantes de la evolución global
de los grupos humanos.
Así Harris (1987, 41), nos expone brevemente tres casos que siguieron
procesos muy diferenciados del nomadismo al asentamiento; de grupos CR a otra categoría:
A. “Las aldeas del valle de Tehuacán no
fueron erigidas hasta varios miles de años después de haber sido domesticadas
las primeras plantas. Esta misma secuencia se da a lo largo y ancho de las
Américas.”
B. “En el Viejo Mundo la secuencia se cumplió
en sentido inverso. Primero la gente se reunió en aldeas y dos mil años después
domesticó las plantas silvestres cuyas simientes había recolectado.”
C. “Hoy se sabe que las primeras aldeas de
Oriente Medio se erigieron en conjunción con una forma de subsistencia que
implicaba la recolección con una forma de subsistencia que implicaba la recolección
de semillas de cebada silvestre, trigo y otros cereales.”
En esto, tampoco hay que quedarse
en un mero nihilismo. No negamos en estas líneas que exista una diferenciación
categorial entre grupo humanos en función de su forma de habitar el espacio y
su interacción con este. Existe efectivamente una diferenciación categorial,
sin embargo, a su vez es interesante hacer notar que esta diferenciación puede
llegar a ser muy fluida entre unos grupos y otros dependiendo del qué se
analice.
Por ejemplo, al momento de analizar
las cuestiones rituales, podemos encontrar un interesante trabajo entorno a las
prácticas funerarias elaborado por Binford (2011, 42) en la década de 1970[11],
del cual se concluye lo siguiente:
Ilustración 2. Tabla 2 con el número de distinciones
dimensionales simbolizadas en las practicas funerarias, resumidas por
categorías de subsistencia. Debajo, la Tabla 3 con la cantidad media de las
distinciones dimensionales obtenidas en cada categoría se subsistencia. Fuente:
Binford, 2011, 42.
“En cuanto a los cazadores-recolectores, 12 de los 15 casos
proporcionaron algún tipo de concatenación con diferencias de sexo o edad,
mientras que solo seis mostraron distinciones relativas a la posición social.
Esta observación confirma nuestras expectativas respecto a la correlación
existente entre la base de la diferenciación por estatus de los
cazadores-recolectores y la característica de la persona social que se reconoce
en un tratamiento funerario diferente.”
De igual modo es importante
resaltar la dimensión histórica de estos grupos, en ocasiones introducidos en
una suerte de canon que ocupa desde la prehistoria hasta el presente, cuando “la manera de estar organizada una
población afecta a su interacción con otras. Al mismo tiempo que es afectada
por esa interacción” (Cashdin, 297) y dicha interacción varia en el
transcurso de la historia. De igual modo: “Muchos
de ellos han vuelto a la caza-recolección después de haber abandonado otros
modos de subsistencia, sobre todo agrícolas o de trabajo asalariado en minas,
por ejemplo” (Moreno, 2011, 167). De esto mismo hemos buscado dar buenas
cuentas al exponer el caso de los kwakiutl (ver también Wolf, 2001).
Para finalizar nos valdrían dos
anotaciones más sobre aspectos concretos de los CR.
En cuanto a la tecnología se
destaca la simpleza de la misma para la alteración del medio. Sin embargo esto
no es estrictamente así. “la
tecnología en estas sociedades no es tan rudimentaria como limitada”
(Arce, ídem.). Así pues “Los
cazadores recolectores despliegan, con frecuencia, todas las habilidades y
técnicas necesarias para la práctica de la agricultura, salvo pasar a la
siembra deliberada” (Harris, ídem., 25).
Un buen ejemplo lo encontramos entre los ya tratados shoshón, y
también entre los paiutes de California (ídem.), quienes hicieron un cierto uso
del regadío:
“en el valle de Owens, donde las
densidades de población son anormalmente altas, los sistemas de regadío se
habían desarrollado a fin de incrementar el rendimiento y la predictibilidad de
la cosecha de semillas. […], los shoshón del valle de Owens ilustran ciertos
aspectos de la intensificación y al evolución social en sociedades cazadoras-recolectoras”
(Johnson y Earle, ídem., 69).
En este sentido es importante no monopolizar la dimensión de CR a la
de la cuestión técnica. A fin de cuentas, “la
propia función de útil varía según la finalidad deseada” (Serrallonga,
1994) y lo mismo puede llegar a aplicarse a sistemas más complejos de técnica
aplicada a la búsqueda y producción de alimentos: “la escasez no es una propiedad intrínseca de los medios
técnicos. Es una relación entre medios y fines” (Sahlins, ídem., 17). Y
esto de igual modo se aplica más allá de una mera cuestión de usos de
subsistencia. Aplicado a la idea del desarrollo de una “estética” a partir de
una “técnica” (por ejemplo perspectivas como las de Colorado, 2019) no tienen por
qué correlacionarse con exactitud. Como demuestra Myrian Álvarez (2008) al
analizar la conducta de los grupos cazadores-recolectores-pescadores en el
extremo sur de Sudamérica. Ella concluye hablando a partir del 2000 AP que:
“Si bien hay un aumento de en la técnica
de trabajo bifacial, y en las estrategias de captura de recursos, se produce un
descenso marcado en la frecuencia de decoración de los artefactos. Esto
demuestra que las modificaciones en las distintas esferas de producción social
no siguen ritmos[12]
de cambio similar.”(ídem., 31)
En este sentido nos cabe recordar
a Mauss (ídem., 51), cuando advertía que: “Todo
objeto debe ser estudiado: primero en sí mismo; segundo, en relación a los
individuos que lo utilizan, y tercero, en relación a la totalidad del sistema
observado.”
Finalmente cabe mencionar la
cuestión de que por la ausencia de territorialidad se habla de una usencia de
guerra. Si viene esto puede ser así en muchos retratos etnográficos actuales,
no hay que subestimar la dimensión histórica en al cual estos grupos CR han
sufrido cambios en un mundo global.
En un estudio Robert Kelly (2013)
comparó 15 sociedades CR y encontró que “11 of these 15 societies have
homicide rates higher than that of the most violent modern nation, and 14 out
of the 15 have homicide higher than the United States in 2016” (Buckner,
2017) (anexo 2).
Y aquí tampoco buscamos generar
confusión, la guerra no es lo mismo que la violencia, pero tampoco deben darse por
sentadas visiones sobre el indígena que terminan por idealizarlo (por ej.
Martínez, 2011). Silberbauer (297) nos plantea nada mas comenzar su exposición
una supuesta “ley del inhóspito” advirtiendo que se refiere a que ”Ninguna
especia encuentra en ningún hábitat determinado las condiciones óptimas para
todas sus funciones”, de lo cual podemos comprender que Arce (ídem.) nos
diga: “no considero que el medio ambiente
sea determinante para el desarrollo de las sociedades de cazadores y recolectores,
sino más bien su actuación (no actuación) sobre el entorno es lo que provoca la
formación de la estructura que caracteriza las sociedades nómadas o colectoras”.
Es dicha estructura fluctuante y
no preestablecida a la que hemos procurado ir señalando a lo largo de estas
páginas para describir la riqueza interna de los CR.
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Anexo 1: Regulación ritual entre los maring (Rapparport, 1975)
Cuadro que ilustra la regulación
ritual entre los maring en un periodo de unos 20 años, señalando los inicios de
los tabúes, sus causas y sus consecuencias, así como su final. De igual modo se
correlaciona con los rituales que dan señales a dicho proceso. Dentro del texto
"Naturaleza, cultura y antropología ecológica". Dentro del libro
"Hombre, cultura y sociedad" Coordinado por Harry L. Shapiro. Editado
por Fondo de Cultura Económica en 1975.
Anexo 2: Tasa de homicidios
entre 15 sociedades C-R. (Kelly, 2013, p. 153).
[1]
Dicotomía esta heredada de la
academia francesa, más culturalista que la anglosajona. Así tanto en Inglaterra
como Estado Unidos la arqueología sí que se incorpora en los planes de
antropología, comprendiéndola como una de las subdisciplinas de esta junto a la
lingüística, la antropología física, la antropología aplicada y la antropología
cultural (Harris, 1998, 21-22).
[2]
Estos movimientos son importantes
para determinar el consumo entre el grupo en cada comida, así “los límites
del campamento pueden considerarse determinados por los límites del grupo que
consume cooperativamente”
(ídem., 45). De
igual modo esta movilidad es fundamental para comprender la constitución del grupo
y su relación intergeneracional en lo que llamaba Margaret Mead (2019 [1970])
como Culturas Postfiguratvas.
[3]
Esto se entiende como un esfuerzo en
el reajuste de la dieta, ya que como advierte Lee: “resumir el principio
básico de la estrategia recolectora bosquimana en una única frase: En un
momento dado, los miembros del campamento prefieren recoger y comer los
alimentos deseables que están a la menor distancia de las aguas permanentes” (ídem., 46)
[4]
Esta es la unidad familiar básica
para la explotación económica. Se describe con mayor detalle en el siguiente
apartado.
[5]
Ver nota 10, más adelante, sobre la
idea de “recorrido” en Mauss.
[6]
Cosa que no es de extrañar, ya que
Tylor escribe su artículo con el título: “Tethered nomadism and water territoriality: an
hypothesis”
[7]
“no significa que produzcan
únicamente lo necesario para la mera subsistencia, sino que sus miembros
esperan utilizar lo que producen para atender a sus propias necesidades y no
para cambiarlo por otros bienes adquiridos por medio del dinero” (Mair,
1975, 161).
[8]
Véase una brevísima reseña, en este
sentido, en Llinares, 2019.
[9]
“La modestia de los requerimientos
materiales queda institucionalizada: se convierte en un hecho cultural positivo
que se expresa en una variedad de disposiciones económicas”
[10]
En este sentido podemos ver una
perspectiva más amplia con respecto a la propuesta de “nomadismo atado” que
habíamos presentado páginas más arriba de Tylor. En este sentido nos movemos
entre dos trabajos diferentes. Mientras que Mauss está intentando atender a la
categoría genérica de pueblo “arcaico” (ídem, 11; ver nota 2 del traductor al
respecto), Tylor a lo que le da importancia es concretamente a la distribución
de los grupos con respecto a las fuentes de agua estacionales.
[11]
Es fundamental al momento de halar
de este trabajo, recalar que lo que más le interesa a Binford es señalar el
error de las teorías difusionistas y hacerlo desde esta propuesta de trabajo.
Sin embargo, como él mismos señala: “Los «ensayos», aun usando mediciones
muy rudimentarias y siendo aplicados a una muestra que no puede ser considerada
representativa de las categorías especificadas, resultan sugerentes e
indicativos de la existencia de las relaciones positivas presupuestas entre la
estructura del ceremonial funerario y la estructura del estatus típica de
cualquier sistema sociocultural dado.” (Binford, ídem., 35)
[12]
En este sentido, entendemos que la
autora se refiere a que no podemos esperar una totalidad armonizada de los
grupos humanos, esperando de ellos que cuanto más complejo sea X factor todo lo
demás responderá, de igual modo, al mismo grado de complejidad. En ese mismos
sentido piénsese en el parentesco en occidente, el cual se reduce
apabullantemente de forma cuantitativa pero se hace cada vez más complejo con
casos como la gestación subrogada, la adopción internacional o las nuevas
técnicas reproductivas (por ej. Bestard, 1998).
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