Ramón Valdés del Toro: notas a Gustavo Bueno Martínez.

Oviedo y Bueno. Unos recuerdos 


Oviedo. 1

 

Esta carta la recibí sin firma, y la conservo. No suscribo ni rechazo los argumentos de quienes la enviaron. Me interesa porque refleja el clima digamos belicoso que se había gestado en la Facultad de Oviedo, tal vez por los crecientes desacuerdos entre Gustavo y yo, o, más probablemente, entre sus alumnos y los míos.. O por ambas cosas.  

 

Unos interrogantes al Sr. D. Gustavo Bueno,  ponente de las Conferencias “Problemas en torno a la teoría de la Educación”.

 

Señor Bueno:

 

Como conocedores del sistema marxista y defensores de los puntos válidos de su análisis, y deseando ayudarle a clarificar las aportaciones a la construcción de un mundo nuevo que Vd. ofrece en sus conferencias, desearíamos que nos contestase, de viva voz o en la prensa o como Vd. vea conveniente, pero sin evasivas, a las cuestiones siguientes que le formulamos con ocasión de sus intervenciones en el Primer Cursillo de Perfeccionamiento del Profesorado.

 

1º. Las personas críticas que oigan su argumentación oscura, imprecisa, sin referencia a la realidad, sobre todo a la realidad humana ¿no sacarán la conclusión de que el materialismo marxista no tiene más base que unas afirmaciones dogmáticas?

 

2º Los que caigan en la cuenta de que Vd. no responde de una forma directa y completa a las cuestiones graves que se le plantean, sino que escapa de ellas jugando con palabras equívocas, recurriendo a bufonadas groseras o lanzándose a disquisiciones peregrinas cuyo único efecto es confundir al adversario con una bomba de humo, pero sin responderle, y por supuesto sin convencerle ¿no acabarán con una visión ridícula del marxismo? ¿Es que el marxismo no tiene mas respuesta a las objeciones que la evasiva o el escarnecimiento ineducado del adversario?

 

3º Al divagar con unas elucubraciones ideologizadas que no tienen mucho que ver con el tema de la conferencia ¿qué pretende Vd.? ¿Dar salida a un resentimiento? ¿Jugar una baza política? ¿Ideologizar a los cursillistas como si éstos no tuviesen suficiente capacidad para ver por sí mismos cómo es la realidad político social española y para obrar en consecuencia? ¿O exasperar a los cursillistas para que acaben de lanzarse al boicot con que varios ya han amenazado si el Cursillo no toma la altura y eficacia que hay derecho a esperar de él?

 

4º ¿No se da Vd. cuenta de que el cultivar la demagogia fácil sin un análisis serio de los principios teóricos y de las circunstancias socioeconómicas puede ser causa de que se  piense que está Vd. Impulsado por un resentimiento o por un turbio complejo de mentor espiritual? ¿Un psicoanalista no podría llegar a pensar que está Vd. bajo los efectos traumáticos de un destete violento o que es víctima del complejo antimaterno de Electra? (La sociedad o la Iglesia son figuras asimilables a la madre).                                                                                                                                                                            


5º ¿Querría decirnos hasta qué punto está limpio de implicaciones con el actual sistema capitalista y no es más bien de los que con la boca claman contra la explotación y luego con las manos se embolsan los formidables sueldos que el sistema reserva a sus privilegiados?                                                                                                                

 

6º Si Marx dijo que ya que ya era hora de dejar de interpretar el mundo - o la sociedad - y de empezar a transformarlo ¿querría decirnos cuántas veces, si lo ha hecho alguna - no se olvide de la persecución de los realmente revolucionarios - se ha comprometido

Vd. más allá de las palabritas inofensivas, en acciones concretas contra el sistema capitalista, aunque ello pudiera poner en peligro su tranquilidad establecida y cuidada al amparo de ese mismo sistema? ¿Es cierto que está Vd. marginado y fracasado entre los grupos realmente revolucionarios?

 

7º ¿Qué responde a los rumores que circulan perjudicando su buena reputación profesional, sobre la utilización que Vd. hizo de esos vicios de la estructura capitalista actual, como las influencias... para conseguir su cátedra?

 

Unos decepcionados por Vd.

 

(No hubo más Cursillos).

 

 

 


Notas desordenadas.

 

Gustavo y Oviedo. La Facultad.

 

El plan que Gustavo había trazado para asegurar nuestra subsistencia en Oviedo en condiciones adecuadas era que yo desarrollara mi actividad principal en la Universidad,

pero como mi sueldo de profesor contratado era escaso, para incrementarlo lo simultaneara con el de profesor de Geografía e Historia también contratado en el Instituto de Enseñanza Media de Oviedo. Para hacer eso posible movió los contactos necesarios, que le sobraban, ya que era un muy prestigioso Catedrático de la Universidad ovetense, y habló con los Catedráticos más indicados: Carmen Fauste, la directora del Instituto, catedrática de Francés, y el Catedrático de Geografía e Historia, de quien yo sería adjunto y cuyo nombre no recuerdo. También contó con el apoyo del Catedrático de Física y Química, que se llamaba Garzón, que era muy amigo suyo y al que yo había conocido en Tapia, pero éste tenía poco peso en el Instituto.

 

El Instituto de Oviedo.

 

La presentación por Gustavo. El catedrático de Geografía y su tremenda memoria. Me recordaba a Don Pablo Álvarez Rubiano, mi catedrático de historia de España en la Universidad de Valencia (“Aquellos rubios bárbaros, venidos de las umbrías comarcas del Septentrión, se lanzan sobre Roma, la ciudad eterna, la luminaria del Occidente...”). Los alumnos teníamos que aprenderlos de memoria, como él. Algo así era el del Instituto de Oviedo.

 

La directora del Instituto era Carmen Fauste, catedrática de Francés. Me presentaron a ella tan pronto como llegué. He repetido muchas veces que aunque leo y escribo el francés a la perfección mi acento es pésimo. Cuando fui a París asistí a un largo curso  en la Alianza Francesa y mi profesora, Mademoise Colleville, que admiraba mi francés escrito, decía muerta de risa que cuando me oían hablar, los huesos de los granaderos  de Napoleón se estremecían en sus tumbas. Pero a pesar de mi detestable acento y de que el de ella era excelente, Carmen admiraba mi dominio del francés y me movió a colaborar con ella, lo que yo hice con gusto porque la quería y ella a mí también, en la preparación de trabajos y libros suyos.

 

Más catedráticos y profesores del Instituto de Oviedo. Don Pedro Caravia, el entrañable catedrático de Filosofía. Gustavo lo trataba mas bien friamente. A mí Don Pedro me estimaba mucho y también a Cristina. Me pidió que le supliera en unas clases de COU porque tenía que ir al oculista. El pobre veía muy mal. Su mujer, Doña Clotilde, era inaguantable. Un día que él tenía que ir al oculista y se le hizo tarde, me pidió si por favor le podía llevar en el coche.  Le dije que en cuanto él me dijera, pero que me tendría que mostrar el camino, que yo Oviedo todavía lo conocía muy mal. Allá fuimos los dos y me parece que también vino mi mujer. La suya desde luego no. Tuvimos muy mala suerte, Don Pedro era un guía poco experto y me metió en una dirección prohibida. Nos encontramos en seguida con un guardia. Así me pusieron la primera multa de mi vida, y Don Pedro se empeñó en pagarla. Se obstinó. Fueron 2 pesetas. Fue mi única multa en Oviedo capital. En carretera, yendo a Villaviciosa, tuve otra. Pero en general en los muchos años que conduje tuve más accidentes por culpa de terceros que multas, y eso que conduje muchísimo, sobre todo en los años en que he vivido en Barcelona. En cuanto comencé a sentirme inseguro deje el coche. Se lo regalé a mi hija Cristina, la única de mis hijos que aprendió a conducir. Quise que Cristina madre aprendiera, pero no hubo modo.

 

Mario Bueno, catedrático de alemán y casado con una alemana, Mechtield, fue un gran amigo mío. Vivía como nosotros en Valentín Massip, en un piso más pequeño que el nuestro. Quedó asombrado de mi alemán, pero cuando le conté mi historia lo entendió. No usamos el alemán entre nosotros ya que no nos parecía correcto en presencia de compañeros que no lo entendían. A solas, sí, sobre todo si estábamos con su mujer.

 

Mario llevaba más tiempo que yo conduciendo y era más experto que yo al volante. Era muy prudente y me enseñó mucho sobre la circulación en Oviedo, que conocía bien. Me advirtió que era un caos, y que los guardias multaban por nada: que yo firmara el papelito. Y que cuando me llegara la multa me negara a pagarla, alegando que la motivación era inexacta. Y se callaban. No tuve oportunidad de comprobarlo, ya que yo conducía con prudencia. Pero se lo conté a Don Pedro y le dije que se podría haber ahorrado las dos pesetas, y se reía mucho.

 

Mario, que tenía más o menos mi misma edad, me tomó como consejero para muchas cuestiones personales, mejor dicho, nos tomó como consejeros a Cristina y a mí. Cuestiones tales como seleccionar lecturas o buscar sitios donde comprar ropa. Tenía los problemas de desorientación típicos de los que han vivido muchos años fuera. Era su caso. La lengua de su madre era el alemán. El segundo apellido de Mario era Heimerle. Así su lengua materna era el alemán. Había estudiado en el Liceo Alemán de Madrid y en cuanto terminó se fue a Alemania a terminar de refinarlo y a preparar sus oposiciones. Él quería obtener la cátedra de Madrid o la de Granada, pero en la oposición a que se presentó no salían. Cuando sacó la oposición le aconsejaron los compañeros que escogiera Oviedo, que era la única ciudad universitaria que había en aquella oposición.

 

Otro problema personal más espinoso que quiso que yo le resolviera tuvo que ver con Mechthild, su mujer, que estaba muy deprimida. Añoraba Alemania y se sentía abrumada por el trabajo que para ella representaba cuidar de la casa y de sus hijos que habían nacido todos en Oviedo. Se sentía totalmente desorientada. Mario me pidió que hablara con ella. Lo hizo porque en el Instituto, donde me explotaron a modo, me habían encomendado un gabinete de psicología para orientar a los alumnos problemáticos y tuvo un gran éxito. Los profesores hablaban muy bien del gabinete, y sus alumnos todavía mejor. Pero cuando Mario me pidió que hablara con Mechthild yo le dije que lo haría con el mayor gusto, pero que fuera consciente de que una depresión severa era algo muy difícil de tratar, yo nunca la había tratado, pero lo intentaría. Puse un límite de  quince sesiones. Pero fue muy bien. Enseguida me di cuenta de que lo que necesitaba aquella mujer era sencillamente alguien que la escuchara y la tomara en serio. Tan pronto como empezamos a hablar, por supuesto en alemán, se le iluminó la cara. Lo único que le ocurría era que se pasaba el día sola, sin entender apenas a los españoles vecinos suyos, ni a la mujer que le arreglaba la casa. Cristina y yo lo comentamos. Nosotros - quiero decir, Cristina y yo, y por otra parte Mario, nos íbamos al Instituto o la Facultad, nos llevábamos a nuestros hijos y a los de Mechthild a la guardería o a la escuela, y ella se quedaba en la más inhóspita soledad. Mal arreglo. Le dije a Mechthild: Tu no estás aburrida ni deprimida, estás sola y estás harta. Un psicólogo profesional o un psiquiatra te podría someter a tratamiento, tal vez darte tranquilizantes o estimulantes, qué se yo. Yo no lo haría. Sal y pásatelo bien. Ve a clases de español. Hazte otra vida. Llámame siempre que quieras. Búscate una actividad que te motive. Haz manualidades (esto dice Cristina que le aconsejé). Mechthild le habló a Mario de lo que yo le había dicho de los tratamientos de los psiquiatras con tranquilizantes o con estimulantes y Mario le dijo: Podíamos probar. Según me contó Mario, Mechthild le dijo muerta de risa: Prefiero que pruebes tu. Cuando me lo contaron me dí cuenta de que Mechtild fue mi gran éxito como amigo psicólogo. Ella y Cristina y Mario también pensaron así.

 

Pienso que una amistad familiar que se precie, como la de nuestras familias, la de Mario y Mechtield y la de Cristina y mía, debe perdurar en los hijos. Y lo hizo. Los dos que se conocieron y trataron, Ramón y Palomita, fueron amiguísimos y de pequeñitos

eran inseparables. Lo cuento. Iban a la misma escuela, la mejor de Oviedo, que se llamaba La gesta (Lamentablemente: era una alusión franquista. Pero qué se le iba a hacer. La plaga). Allí iban nuestros tres hijos, Cristina y María, que eran más mayores, iban a los cursos que les correspondían. Ramón iba al Parvulario, lo mismo que Palomita, la hija de Mario y eran amigos muy apretados. Les gustaba siempre cogerse de la mano. Y vivieron una peripecia que parece de cuento. Un día estaban jugando en el patio y no se dieron cuenta que todos los demás habían entrado a sus clases. Se quedaron solos en el patio. Pues se cogieron de la mano, salieron a la calle y caminando, caminando, con un prodigioso sentido de la orientación atravesaron Oviedo, que no era pequeño y se presentaron juntos en Valentín Massip. Subieron a casa de Palomita, ya que Ramón siempre ha sido muy caballero. Seguro que les debó subir el portero, ya que el ascensor no lo podían manejar y paso a paso no hubieran llegado nunca. 


A vueltas con las categorías: Gustavo Bueno y la economía 

 

Perplejidades mías. ¿Existe lo económico?¿Tiene sentido buscarle alguna definición a la economía?  Al nivel de hechos humanos o sociales, observables, ¿hay hechos económicos?. ¿Existe la economía como totalidad definible en la que esos hechos humanos o sociales se entretejan, unidos por relaciones de semejanza (analogía) y/o contigüidad (causalidad)?

Lo primero parece fácilmente decidible desde cualquiera de los dos criterios que decíamos: en el uso vulgar la palabra 'economía' tiene dos sentidos no coincidentes. Por un lado remite a la producción y distribución de riqueza, por otro a la administración recta y prudente de los bienes, al ahorro de tiempo, trabajo, dinero, etc. En el primero de estos sentidos la economía parece delimitar un sector de la cultura (junto a otros como la religión, la política o el arte, por ejemplo): el que configuran aquellas actividades humanas relacionadas con la producción y la distribución de los bienes y de los servicios que hacen posible la vida material de una sociedad. En el segundo, la economía se concibe más bien como una modalidad de la conducta (afín a la prudencia, la racionalidad, la previsión), presente en todos los comportamientos humanos que tratan de minimizar los costos o maximizar los beneficios. La esencia de la conducta económica es una constante elección. La jerarquización de las necesidades, la asignación de los recursos, la relación entre los fines y los medios es economía. Al nivel de hechos humanos, sociales, que puedan considerarse económicos, según cualquiera de los dos sentidos dichos, sí que parece que los hechos económicos existen, no son mera invención, pueden ser descritos y estudiados. 

 

Lo segundo, si existe la economía como una totalidad definible (lo cual implica que pueda constituirse en objeto de una ciencia, la Economía precisamente) es una cuestión más peliaguda.  

 

(De todas formas no parece que la existencia de la Economía ciencia exija la existencia de la economía totalidad empírica, sistema. La Sociología afirma que estudia la Sociedad, pero lo cierto es que estudia  grupos sociales, clases, generaciones, facciones políticas, la drogadicción etc. La Geometría no estudia el Espacio, sino puntos, rectas, planos, triángulos, conos... Ni la Biología estudia la Vida, sino las células, o los ácidos nucleicos; ni la Lingüística  estudia el Lenguaje, sino los fonemas, o los monemas, la estructura de los textos, etc). 

 

Concluir declarando inexistente toda unidad esencial entre las partes del conjunto de materiales que llamamos económicos equivaldría a renunciar a cualquier definición de la economía. Quedaría ésta resuelta en una enciclopedia de proposiciones históricas, psicológicas, sociológicas o antropológicas. Lo cual no quiere decir que no sea ésta una alternativa muy útil, por su capacidad informativa y, sobre todo, por su virtualidad crítica respecto de las definiciones unívocas. En la práctica, el tratamiento de la unidad del material económico como si fuese un agregado de partes heterogéneas, vinculadas por nexos de contacto o de simple semejanza es la regla habitual de los historiadores y antropólogos de la economía. Probablemente sea una regla sabia y sensata en el plano fenomenológico descriptivo: la economía es un nombre para designar una polvareda de hechos heterogéneos que el azar ha mantenido unidos. Esta conclusión  (que paradójicamente muchos historiadores y antropólogos rechazarían verbalmente, aun aplicandola prácticamente) debe tenerse presente como una alternativa abierta a la definición de la economía si las demás aparecieran cerradas. Pero ¿acaso entre las partes del material económico no cabe introducir más que esos nexos azarosos de contigüidad casual?  

 

Ahora bien, si su unidad es casual, su contigüidad producto del azar, la economía no podría reclamarse como ciencia, los hechos económicos no podrían constituirse en objeto de una ciencia. Los economistas (recuérdese a Knight) dirían que no, que la economía configura un campo cerrado y que los términos que lo pueblan tienen la más alta unidad que una ciencia pueda alcanzar, exigir, unidad deductiva.

 

El proceso de constitución de un saber crítico lo entenderé con Gustavo Bueno como el proceso de establecimiento de un sistema operativo de relaciones que tienen la potencia de conducirnos a nuevos términos. Es en el curso de este proceso donde se producen las desconexiones con otros campos. 

 

Diamérico. 

 

Vocablo acuñado por G. Bueno a partir de los términos griegos dia (entre, a través de) y meros (parte) para designar un plano de relaciones en cuanto contradistinto de otro (metamérico) al que dialécticamente se opone. El plano diamérico exige que para cualquier término u objeto eventualmente se privilegie (por ejemplo el objeto A1) debe ser posible determinar un conjunto de objetos A2, A3, A4,..., An, homogéneos y pertenecientes a la misma clase, de forma que A1 se relacione con ellos al modo como una parte lo hace con otras partes pertenecientes al mismo todo. Por ello, las relaciones diaméricas sólo pueden establecerse entre objetos que han sido despiezados a la misma escala formal o material a partir de un todo de referencia.

 

En cambio, es metamérico todo sistema de relaciones en donde nunca los términos se consideran en calidad de partes, sino como totalidades tales como A, que se ponen en conexión con otras realidades, pertenecientes a esferas distintas y que son tomadas, también, de un modo global, enterizo. Ahora A se relacionará con B o C o D.   

 

Valgan los siguientes ejemplos para ilustrar la distinción establecida:   

 

En economía política la explicación que de la renta de la tierra da Malthus se despliega en un contexto metamérico, porque dicha renta se hace depender de la fertilidad natural de los terrenos, apelándose con ello a criterios extraeconómicos (la naturaleza) para dar cuenta de una realidad económica. En contrapartida, la teoría de la renta diferencial de Ricardo, en donde se parte de una pluralidad de rentas dadas que se explican unas en función de otras, se dibuja en un plano diamérico 

 

Las categorías científicas (cierre categorial) suelen instaurar ámbitos de relaciones diaméricas -sin que ello signifique que dichas relaciones sean exclusivas de las ciencias, pues también la filosofía contempla relaciones de esta naturaleza. Con todo, ciertas formas de reductivismo cientista (el psicologismo, el economicismo, el etnologismo, etc.) pueden interpretarse como procedimientos metaméricos de explicación.   

 

Instituciones sociales que no hablan sobre el funcionamiento «objetivo» de las cosas (de la naturaleza vista como exterior a la ciencia), sino que ofrecen el propio funcionamiento que ellas dan a sus objetos, tanto como el que estos les imponen a ellas. De este modo el sujeto de la ciencia pasa a ser la propia institución científica histórica con sus conjuntos de normas, aparatos, laboratorios, libros e incluso comunidades de científicos. ¿Cómo puede pensarse un sujeto así? En tanto que fenómeno histórico cultural donde los individuos aparecen en la actividad científica como intercambiables aunque necesarios. Intercambiables porque (tratando de recuperar a Kuhn) poseen un paradigma, aunque en otro sentido podría decirse que el paradigma les posee a ellos. Necesarios porque han de ser intercalados en los propios procesos constructivos. La dualidad científica sujeto/objeto o teoría/ hechos es mantenida, pues, por la teoría del cierre categorial, pero no como dualidad metafísica primitiva, sino como institucional e  históricamente construida. 

 

Discernir aquello que define a las ciencias como tales. Las ciencias se nos muestran esencialmente como un mecanismo colectivo o social de construcción por medio del cual se acotan campos de términos en un sistema de relaciones de modo que se establezca una operatividad cuyos resultados se mantengan siempre dentro del campo de partida. Se ha dado a este mecanismo el nombre de «cierre categorial»: a través de sus diversos cierres cada ciencia explora, y conforma a la vez, un campo categorial o, lo que es equivalente, la razón se transforma con el mecanismo del cierre en razón científica, episodio o momento privilegiado de las esferas categoriales racionales (sean religiosas, políticas, económicas o científicas.

 

Con ello se quiere dar a entender, entre otras cosas, que las ciencias no surgen por el descubrimiento de un continente científico ignoto hasta el momento y de algún modo preexistente (teoría del corte epistemológico), sino en continuidad con operaciones anteriores, de carácter preferentemente artesanal, a partir de las cuales se ha logrado construir un cierre. Así, la geometría habría surgido de las operaciones de agrimensura, la química de la alquimia, la medicina del arte de los curanderos, la física de la construcción artesanal de artefactos para la explotación de recursos (turbinas de agua, barcos, poleas, palancas)... La imagen de la filosofía como árbol de las ciencias (Piaget, por ejemplo) olvida que ambas se asientan sobre las mismas bases y se desarrollan inextricablemente unidas, y que las ciencias, como prolongación de la actividad racional humana, constituyen un terreno aún más rico donde se realizan, y no donde mueren o desaparecen, las propias ideas filosóficas. 

 

Categoría.

 

El termino hace referencia en filosofía a ciertas tablas de clasificación de la realidad como la de Aristóteles (sustancia, cualidad, cantidad, relación, lugar, traje, etc.), la de Kant (categorías de la cantidad, de la cualidad, de la modalidad, relación), la de Windelband o la de Hartmann. Dos problemas se presentan en torno al término: 1) Naturaleza de las categorías. 2) Conocimiento de las categorías. 

 

1. Naturaleza de las categorías. 

El  término «categoría» suele ir asociado al de clasificación, división, taxonomía, tipología, etcétera. Ahora bien, las categorías en cuanto clasificaciones se pueden entender en un sentido lingüístico-semántico o en un sentido material-ontológico. 

 

La idea de categoría implica la idea de clasificación. Las categorías son clasificaciones de los objetos de la realidad. Pero no toda clasificación implica una categoría puesto que la categoría conlleva un ordenamiento de las partes clasificadas (por ejemplo: si organizamos u ordenamos determinadas partes de un universo lógico en la clase A, el complemento de esta clase [-A] no sería una categoría aunque sí lo sería A). Una categoría no tiene naturaleza universal. No obstante, puede pensarse la existencia de una sola categoría en el universo que expresaría un orden (A) frente a un caos (-A) no categorial o una categoría que podría alcanzar la totalidad de los objetos aunque no íntegramente asumidos. 

 

Pero esta naturaleza arquitectónica de las categorías interpretada ontológicamente no preexiste a sus partes materiales. El orden que establecen las categorías es un orden interno o inmanente al propio realizarse de sus términos (por ejemplo: un grupo de familias en las que se supone un ordenamiento interno  - las estructuras de parentesco - pertenecería a una categoría o sería él mismo una categoría).

 

b) Naturaleza limite de las categorías. Toda categoría es una esfera arquitectónica máxima que no admite otra envolvente. De ello se desprende que todo orden inmanente o pertenece a una categoría o es él mismo una categoría y que este orden máximo no obsta para que las categorías queden ellas mismas cruzadas por otras ideas no categoriales.



[Los textos aquí expuestos no son de autoría del dueño de este Blog. Estas líneas pertenecen al Prof. Valdés del Toro, uno de los antropólogos más importantes de España. Aquí se reexponen sin edición alguna, debido a que la página donde se encontraron no las muestra directamente, y creemos que es de gran valor su difusión y disposición pública. Queremos agradecer a la UAB por garantizar la subsistencia de estos dos textos (el 1º sobre Oviedo y els egundo sobre el FiloMAt de G Bueno) del bien amado maestro: «http://revista-redes.rediris.es/recerca/rvaldes/». Barcelona, 16 de agosto de 2023, en la fiesta de la patrona del Perú, Sta. Rosa de Lima.]

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