Lipofagia(s)

 Introducción: nutrición y dietética

Lo primero es reconocer la dimensión histórica: el estómago fue considerado hasta hace no mucho uno de los “órganos vitales” del hombre –es interesante sin lugar a dudas el doble orden que al organología puede estructurar: por un lado hay un conocimiento anatómico «objetivado»[1], pero por otro lado existen infinitas categorizaciones socioculturales con res-pecto a esos mismos órganos que les dan unas u otras categorías (los pies pueden ser sucios, mientras que al cabeza suele ser un espacio de Gloria, ver Anexo 1)-. En este sentido, vamos coger tres excelentes ejemplos históricos.

Primeramente, nos cabe revisar las Etimologias de San Isidoro, la enciclopedia avan la letre por excelencia del mundo cristiano medieval. El «Libro IV» se dedica a “Acerca de la medicina”, y ya en el primer apartado el autor es claro:

A ella le incumben no sólo los remedios que procura el arte de quienes con toda propiedad se llaman médicos, sino, además, la comida, la bebida, el vestido y el abrigo […].

(San Isidoro; 2000 [s. VII], V. I: P. 482 y 483)

Si nos fijamos en una de las primeras obras médicas publicadas en el Nuevo Mundo, bajo un influjo reconocido de Galeno e Hipócrates, vemos que esta insistencia perdura. Es tan rotundo que fray Agustín Farfan da comienzo a su Tratado breve de Medicina como sigue:

En la primera impresión que hice, traté de algunos remedios de medicina, y el primero fue de la flaqueza del Estómago. Ahora hago lo mismo por aparecerme buen orden, como lo es, y porque si todos trajésemos concertados los Estómagos, gozaríamos de más salud, y por lo consiguiente de vida más larga.

(Farfan; 1592: f. 10)

En un artículo, demasiado poco erudito para la gravedad de lo que trata, Cortés Guadarrama (2015: 7) relaciona la medicina de Farfan con las artes celestes; y es que, efectivamente, la medicina fue una disciplina fundamental para comprender la relación entre macrocosmos y el microcosmos –en muchas ocasiones a espaldas de las grandes insti-tuciones modernas, pues estas directamente ni existirían[2]-. Así llegamos finalmente al siglo XVII cuando un autor como Jerónimo Cortés escribiría en su Fisonomía Natural del año 1609:

Los que son de complisión cálida, naturalmente crecen bien y presto en alto, y cuando niños engordan y después se van enjugando y adelgazando, cuyas venas le les manifiestan, y tienen el aliento y resuello muy grueso, y la voz firme, fuerte y abultada: comen bien y digérenlo mejor, abundan de pelos y cabellos y suelen ser animosos y constantes.

Los de complision fría tardan en crecer, cuyas venas se les manifiestan, y tienen el aliento y resuello pequeño y la voz delgada, y muy a tarde apetecen el acto venéreo; comen poco y digérenlo lo mal; tienen el color blanco o rosado; los cabellos, largos y llanos; son temerosos y para poco trabajo, pero suelen ser agudos de ingenio.

(Cortes; 2016 [1609]: 23 subrayado añadido)

Descargado de un peso judicial por la gracia de la Inquisición[3], afirmaciones como estas han ocupado el ideario del hombre hasta la actualidad. Así pues, si bien no se puede negar que hay fenómenos radicalmente contemporáneos, buena parte de la carga de la noción de “Obeso” no viene solo determinado por un mercado capitalista posmo-derno, ni solo de unas tecnologías incentivadas por estados jacobinos o la inmediatez comunicativa de las web 2.0 u otros medios que acercan lo virtual a lo real.

Obesidad y “globalización por transición(es)”:

No obstante los antecedentes históricos, parece que nos encontremos ante una nueva escala en la problemática de las dietas. Lo más notorio es lo contraintuitivo: ¿Cuál es el mayor problema con las dietas? Suponemos que a la mayoría de los lectores se les pasará por la mente que, igual antes que el exceso, el problema sería la falta de alimentos. Es decir: son las hambrunas, puntuales o recurrentes, las que asociaríamos a uno de los “jinetes del apocalipsis” (como lo hace Scheidel; 2018: 351). Es más, muchos de los que abordan la cuestión de la “obesidad” hablan de ella como una «pandemia»: poblaciones y recursos parecen estar en juego.

Emmanuel Le Roy Ladurie (1981, 28) planteaba la cuestión de la “unfication of the globe by disease”. El historiador sostenía que el mundo moderno, con sus trenes, con sus barcos de vapor, los tendidos eléctricos o los telégrafos dieron lugar a las grandes enfermedades que actualmente conocemos, y que se ejemplifican de modo exquisito en las epidemias de Cólera que se prolongaron desde el s. XIX hasta principios del s. XX. Huber (2006) años más tarde retomaría esta cuestión, pero, antes que planteando cómo esos «actantes» unificaron el globo, fijándose en cómo los procesos sociales humanos[4] contra esas mismas enfermedades pudieron dar forma a la «globalización»: “different parts of the globe had to be unified not by but against the disease in order to deal with it” (ídem: 458).

Así como las enfermedades se consideraban grabes problemas que laceraban la vida de los más pobres del mundo, el hambre también se asociaba con estos mismos. Como nos recuerda Rist, el discurso de Truman de 1949 se estructuró desde un principio entorno a la proyección de Naciones Unidas, el Plan Marshall y la OTAN; pero un IV punto sería añadido:

Más de la mitad de la población mundial vive en condiciones cercanas a la miseria. Su alimentación es inadecuada. Son víctimas de enfermedades. Su vida económica es primitiva y está estancada. […]

Por primera vez en la historia, la humanidad posee los conocimientos y las técnicas capaces de aliviar los sufrimientos de esos seres humanos.

(Truman, en Rist, 2002: 85)

Como señala Rist (ídem: 87) “se limita a movilizar recursos no materiales (la ciencia y la técnica), actor sociales americanos (los capitalistas, los agricultores y los trabajadores) y la comunidad internacional. En cuanto a la Administración americana, ni hace promesa alguna, señala simplemente que está dispuesta a tomar la dirección de las operaciones”, lo cual ya es mucho, y como hemos sabido a posteriori nunca se limitó a una posición ritual: tenía tanto de «poder simbólico» como los papados hasta el Syllabus de Pio IX (Cárdenas, 2015).

Es así como nace una de las categorías más interesantes del presente, fortísimamente articulada por las ciencias todas: «transición» de un estadío infra/subdesarrollado a uno desarrollado. Todo el evolucionismo del S. XIX prepararía una antropología de este orden (König, 1960), si bien el gran culpable de fondo son las leyes universales «modernas»:

Cuando los antropólogos han formulado la tesis de la existencia de las «ideas elementales», o después la de la existencia de unos «Universales de la Cultura», parce que no han hecho más que aplicar la idea de la de una «legalidad universal», como la que se da en el mundo animado, animal o vegetal, según Kant.

(Caro; 1991: 16)

Antes ya habíamos destacado que recursos y poblaciones están en juego. El concepto de «población» fue importante, como mínimo, desde los procesos de colonización tardomedievales –no confundir con los imperios posteriores a 1500-. Es así como, por ejemplo, el padre Acosta se preguntaba por las poblaciones de la recién descubierta América. La demografía se fue consolidando a base de encuestas a distancia y realizadas en persona por los monarcas renacentista e ilustrados, y después los estados liberales. Estos últimos, en especial, debían estar preocupados por las poblaciones coloniales y el surgimiento de las grandes urbes industriales en las metrópolis –un modelo colonial que no se enfrenta solo, sino que coopera también[5]-. Así, al poco después de terminar la primera Guerra Mundial Warren Thompson (1929) presentaría su teoría de la “transición demográfica”, si bien el autor no la empleó profusamente e incluso “no fue retomado en la literatura demográfica inglesa casi durante 15 años” (Vera Bolaños, 1999: 3). Años después, junto al fenómeno de la bajada de natalidad y la mortalidad, nacería el problema de que “nuevas estructuras demográficas traen nuevas formas epidemiológicas”. Ello, como explica Vera Bolaños, en especial se debía a la reciente aparente desaparición de enferme-dades contagiosas, solo para resurgir años después. Mackenbach (1994) desarrolló una excelente crítica, destacando que esta teoría no ha sido plenamente definida, no puede dar razones de su principio y su fin al igual que un elemento básico como el cómo contabilizar la mortalidad tampoco se aclara.  Como concluía Cowgill (1960: 274): “The modern transition is merely a special case in the dynamics of population change, but from it we may extract certain principles which have a considerable degree of generality[6]. Como fuera, de estos modelos pasamos a la “transición nutricional”, con el artículo fundacional de Popkin (1994) que no podemos detenernos a analizar (Anexo 2).

Como fuera, esta preocupación se ha ido desarrollando hasta la actualidad más reciente, y ha sido objeto de seguimiento en varios países, e incluso de políticas. Japón, Korea o Barsil son excelentes ejemplos, ante todo por sus dilatadas políticas al respecto y la continuidad de estudios que han desarrollado. En buena parte del tercer mundo, el fenómeno es que se pasa de la desnutrición a la obesidad o el sobrepeso –si bien el sobrepeso no es siempre sinónimo de malnutrición- (Drewnowski y Popkin; 1997 y Garmendia, Corvalan y Uauy; 2013 y es fundamental Choksi, El-Sayed y Stine; 2015). A su vez, vemos que esta incorporación tiene un fortísimos sesgo de clase, como sucede en Brasil por ejemplo:

While previous trends (1975 - 1989) showed increasing obesity prevalence for all population groups except for men in rural areas, recent trends (1989 - 1997) pointed to a much more complex picture where increases in obesity tend to be more intense in men than in women, in rural than in urban settings and in poorer than in richer families. Particularly notable was the fact that, in the recent period, obesity was actually reduced for women belonging to the upper income groups[7], especially in urban settings.

(Monteiro et al; 2000: 345)

Esto mismo no solo sucede en Brasil, en México también se ha dado este patrón de cambios, como estudian Pérez-Gil y Romero (2012); si bien, cabe destacar desde la antropología, se ha dado un seguimiento a escala global como estudia excelentemente Ulijaszek (2020).

Cuerpo: ergonomía, salud y cambio.

El espacio central que tiene el cuerpo en las teorías modernas sociales es indiscutible (Turner, 1994 y Gremillion, 2005). No obstante este apasionamiento, parece también angustioso que “solo es compren-sible en representaciones históricas y culturales. Investigarlo es una de las tareas de la antropología histórica, que para ello focaliza el lado corporal de las conexiones que estudia, y crea así nuevas perspectivas” (Wulf, 2008: 173), no obstante esas conexiones al darse en el campo de “los simbólico” desde el célebre libro de Víctor Turner termina por no tratar con objetos reales o más bien se ha dado una indefinición tal entre “lo real” y “lo imaginario” que poco importa hacer distinciones. A la hora de la verdad nos encontramos ante antropologías descriptivas que no pueden dar razón de por qué pasa lo que pasa y cómo de un modo emergente (Reynoso, 2008 y Llobera, 1999).[8]

La obsesión sociológica por las categorías de estigma o «capital sexual» (Gremillion, 2005 y Moreno Pestaña, 2013) pese a ser muy interesantes desde la fenomenología, la cual puede incorporarse a un estudio complejo de la cuestión como cuando nosotros citamos en notas, no deberían agotar el campo de intervenciones de la antropología. Reducir «El problema de la obesidad» a uno de «Los problemas de la obesidad» no puede hacerse de cualquier modo. Considerar que “En nuestra sociedad el exceso de peso se trasforma en estigma y al personas obesas son objeto de discriminación social” (Maldonado, 2012: 325) es lo mismo que no decir casi nada. Aquí no negamos ello, Pestaña (2013: 155) mismo nos muestra el despido arbitrario de una excelente compañera –mejor vendedora- por el mero hecho de que “el jefe” no quería “una gorda” de cara al público.

Es aquí comprensible, decimos con cierta sorna, que algunos jóvenes “contraculturales” afirmen no querer trabajar cara al público y preferir la economía sumergida (Llinares, 2021). Y es que, efectivamente sostenemos que: “La distinción, por un lado, entre sobrepeso y obesidad, y por otro entre obesidad —como aspecto que puede comportar riesgos para la salud— y presión social para adelgazar sustentada en intereses económicos, resulta fundamental” (Maldonado 2012: 332), pero el debate sobre la cuestión del estigma (Cfr. Puh y Heuer; 2009) no puede invisibilizar o negar otras dimensiones de El problema de la obesidad. Es más, no es sorprendente que la propia María Luisa Maldonado se vea en la obligación de aclarar que no lo niega, ya que se encierra de tal modo su análisis que en más de una ocasión parece que la obesidad sea un producto verdaderamente del Diablo –en su sentido etimológico, «el engañador»-.

La obesidad implica un riesgo en correlación con otras enfermedades, en especial en nuestro contexto postpandémico (Dietz y Santos-Burgos, 2020), que al final afectan a la administración misma de la salud pública (Nakamura et al.; 2007). La obesidad, a su vez, nos habla a las claras de un nuevo régimen metabólico global de desigualdad, donde ya no es solo cuestión de falta o no de alimentos, sino de qué nos permiten los mercados capitalista hegemónicos comer. Cuando yo salí del orfanato ya tenía varias carencias asociadas de forma definitiva, mi pelo era laceo, mis dientes débiles –y siguen siéndolo los “definitivos”-, problemas en la rodilla derecha o, sencillamente, el hecho de que mis padres me tuvieron que enseñar a masticar carne. Pero todos estos problemas pueden darse justo con los alimentos de peor calidad y más cantidad: es conocida la diferencia entre criterios de salud alimenticia entre la UE y los EE.UU que hace que mismas empresas lleven a cabo políticas diferentes. Hay que ser cuidadosos con la idea de que sólo el estado interviene, o sólo los individuos bien educados, o sólo los movimientos internacionales: son los tres los que están coodesarrollándose, si es que no hay aun más actores, ideas y objetos en juego.[9]

El cuerpo no puede ser reducido a una tecnología, cuya significación únicamente se describe por el «uso» que se haga de él (Ahmed, 2019): el cuerpo es uno mismo, no algo ajeno a ella [Persona] (Boixareu, 2008; Bueno, 1999 y Marsal, 2006). Y buena parte de los discursos culturalistas (Gremillion, 2005) están más próximos a un cuerpo que se puede reproducir en función de los intereses de los estados y las empresas –conflicto que ninguna teórica Queer sabe resolver si no es invocando formas de anarquismo que, en realidad, viven auspiciadas por el capital y los estados jacobinos- que no de un cuerpo que, primero de todo es una persona en su condición de viviente (León-Portilla, 2010) y, en segundo lugar, no puede “construirse” a placer o de forma abstraída de las condiciones materiales inmediatas (Nuño, 2013).

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Anexo 1: Jain cosmology represneted as a human body. Fuente: Brotton (2014: 171)

 

William Miller’s Second Comming map. Fuente: Ídem. P.: 202.

Anexo 2: Stages of health, nutritional, and demographic change. Funete: Popkin, B. M. (1994: 286)



[1]Hablamos de una objetivación procesual. El mejor ejemplo de esto es la cuestión del conocimiento anatómico y la momificación en el antiguo Egipto que abordó brillantemente Ackerknecht (1943), pese a que muchos lo expulsen de la antropología médica (por ej. Martínez Hernández, 2008).

[2]Un documento «centralizador» como la Farmacopea Española solo se empezaría a publicar en 1511, apenas unas décadas antes que el Tratado breve de Farfan; esta misma se dejaría de publicar en 1950, al amparo de la OMS. En términos más amplios ver López Terrada (2009).

[3]Cortés, como todos los autores de estos libros, tuvo particular cuidado de descartar las astrología judiciaria determinista y la consiguiente persecución de la Inquisición, afirmando, de acuerdo con la doctrina católica del libre albedrío, «que las estrellas pueden inclinar a los hombres, pero no forzarles»” (López Piñero, 1983: 258).

[4]Los animales y plantas también son sociables, cabe recordar.

[5]Les anthropologistes s'occupent fréquemment des peuplades océaniennes; ils cherchent à entrevoir leur avenir, et, dans ce but, éludient les conditions sociales au milieu desquelles elles vivent, se développent ou plutôt s'étiolent. La diminution de la population dans les archipels du Pacifique, tels que les îles Salomon, les Nouvelles-Hébrides, les îles Fidji et les îles de la Société, a donc depuis longtemps attiré l'attention de tous ceux qui font de l'homme leur principale étude.” (A. Hagen; 1893: 1)

[6]Es notorio por ejemplo el descenso demográfico en el s. XVII en España: expulsión de los judíos, colonización del Nuevo Mundo, guerras incesantes, expulsión de moriscos y un excesivo número de religiosos son los elementos clave según Menéndez Pelayo (2007 [1877]: 623)

[7]La casa es una versión urbana de la casa grande rural. Dentro, unas cuantas aburridas y meticulosamente acicaladas esposas de hombres de negocios y banqueros locales se reúnen para hacer ejercicio y reclamar de las profesiones de sus maridos” (Scheper-Hiuges, 1997: 85)

[8]El trabajo de Pérez Gil y Romero (2012) es una excepción por fortuna.

[9]Estamos aprendiendo algo nuevo; todo está bueno, solo nos falta dinero” (Galicia y Balán, 1967: en Menéndez; 2018: 483)

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