Lectura a Kirmayer y Swartz : "Culture and Global Mental Health"
El presente artículo se titula “Culture and Global Mental Health”, firmado a 4 manos por Laurence J. Kirmayer y Leslie Swartz. Este articulo esta editado en formato de capítulo en una obra colectiva titulada “Global mental health. Principles and Practice”; editado por Vikram Pael, Harry Minas, Alex Coehn y Martin J. Prince en la editorial Oxford. Ocupa de las páginas 41 a la 62, empezando la bibliografía en la mitad inferior de la página 57.
El presente capítulo se divide en
12 secciones, conclusiones incluidas. Las tres primeras secciones son de
carácter introductorio. En esta introducción procuran definir la cultura,
dentro del campo de la creación de significados simbólicos. Por otro lado, su
propuesta psiquiátrica se presenta como multidisciplinar o interdisciplinar
–ver tabla 3.1-. A continuación abordan la problemática entre Colonialismo, Labelling y el “Culture-bound syndrome”.
Así, la cuestión central son los determinantes sociales de la enfermedad,
entendida esta última como un constructo significativo –y por ende cultural-. Podríamos
decir, en nuestras palabras, que para los autores la superestructura social es
el fundamento de la infraestructura social –en línea con las teorías de la
reproducción social-[1].
Hablan así de “instituciones culturales”, “prácticas culturales” y subsumiéndolo
a este campo halan igualmente de “valores” e “ideologías”. Más allá de lo recién
expuesto, cabe reincidir en el papel marginal de la antropología al no ponerse en
práctica una “antropología de la salud”, “de la psiquiatría”/ “psiquiátrica”, u
otras. La antropología aparece como proveedora de etnografías que nos dan casos
prácticos como ejemplos. Al final del 3r apartado se aproximan a un abordaje “ecosocial”.
En este punto es importe señalar
una crítica: la revisión contra ciertas categorías diagnósticas –no siempre
claramente abordadas de forma segregada de la sintomatología y los signos- no
permite conducirnos a un relativismo de las categorías empleadas para determinar
una enfermedad y su proceso de curación. Afirmaciones como que todas las
enfermedades podrían ser consideradas “culture bounded syndromes” no es una solución a nada. Ello lo
revela de un modo claro campos como los de la adicción, campo en el cual
procuro desarrollar una etnografía para el TFM. Robin Room (1984)[2]
ejerció una crítica fundamental con respecto a los estudios antropológicos sobre
el alcoholismo; en esta se destaca la ausencia de una criterio real entre los
antropólogo para el concepto de “addiction”.
El 4º apartado ya inicia una exposición
más amplia de las cuestiones genéricas y nucleares de la salud mental global. Así
los autores señalan como hay una amplia zona gris entre lo que se consideran propiamente
patologías y “problemas del día a día”. Advirtiendo como la armonía o desarmonía
en la familia o la comunidad pueden ser la llave para abordar muchos de estos
problemas “intermedios” –al modo de las “teorías intermedias” o de “medio
alcance” de Ortega y Gasset y tantos otros-. En este sentido también abren las
puertas a preguntarse en qué media preasumimos que por el mero hecho de que
haya un problema psiquiátrico ello deriva en reconocer un “problema médico” -resonándonos
aquí las cuestiones de la autoatención[3]
y el acompañamiento y los cuidados-. Así en el siguiente punto nos advierte
como no solo existen los “culture
bounded syndromes”, y se ha tenido que ampliar el campo incluyendo conceptos
como “cultural syndrome”,
“cultural idioms of distress” o “cultural explanation, models or attributions”.
Estas etiquetas, pese a su rutilante diversidad –que en algún momento cae en el
vulgar meme-, no deja de remitirnos a ese campo de estudios en el que insistía
Caro Baroja (1991)[4]
como el llamado de la “filosofía popular” –tan estudiado en el ámbito de la
religión, pero opacado por el campo de
la psicología[5]-.
Los autores, así apuntan hacia los estudios de comunidad como un campo idóneo
de desarrollo, lo cual no deja de ir en continuidad con los estudios desde la epidemiología social que se desarrolló
en el 3r mundo y con sonoras contribuciones desde África –las contribuciones iberoamericanos
son posteriores y, consideramos, superficiales en comparación- (por ej. Fricke,
1997)[6].
No por ello renuncia a la agencia del “paciente”, quien debe poder elegir
–tanto si está dentro como fuera del sistema biomédico-.
Ya a partir del 7º apartado se reorientan de forma
concreta en la Declaración de Alma Alta de 1978, en especial centrándose en los
“collaborative care models”.
Recordándonos sin dudas a otros proyectos como la mediación, erguida como una
suerte de “tercer sector” al amparo de ONGs y Estados varios. Toman como
ejemplo el caso de la “cultural
competence”, generado en Nueva Zelanda; junto al cual también mencionan
la “cultural safety” y la “resilience”[7].
En el apartado dedicado a los DD.HH. podría sintetizarse en la siguiente frase
la página 51 del capítulo: « abusive
practices cannot be executed by reference to “cultural relativism”». Un ejemplo
de ello es el convenio sobre las personas con enfermedades mentales, donde sin
dejar de reconocer la condición de “enfermo” no se puede negar el acceso a los
derechos mínimos universales reconocidos por NN.UU. Finalmente, en el apartado
9º y en línea con el 7º se reincide en la importancia de la traducción
cultural, recordando al ya viejo Bernardino de Sagunto la importancia de
aprender las lenguas “nativas”. No obstante, cabe recocer junto a los autores,
y más allá de la chanza no desmerecida de Sagunto, la importancia de al gestualidad,
los tonos de voz o las expresiones coloquiales y hasta vulgares o formales en
los procesos de comunicación.[8]
Antes de terminar los autores reclaman el regreso de las intervenciones
“basadas en al evidencia”, solucionando algunas de sus críticas “increasing the representativeness of
samples”. Finalmente, en el apartado decimonoveno se lanzan a preguntarse por el establecimiento de
categorías transculturales. Los autores por ello, inician recuperando al
“falacia de la categoría” que presentó A. Kleinman: que una categoría se aplicable
en más de un contexto cultural no implica que ella misma –la categoría- tenga
el mismo significado o la misma validez. Aquí, no obstante, no dejamos de recuperar
la demanda de R. Room. Los autores proponer una cuantificación de los datos,
pero siendo estos validados en base a categorías locales de significado
cultural.
Finalmente se exponen Conclusiones
y Bibliografía.
[1]
Para el caso del sociólogo francés –con potentes trabajos etnográficos- Pierre
Bourdieu puede verse una síntesis y crítica balanceada en Gutiérrez, A. (2011).
“Clases, espacio social y estrategias. Una introducción al análisis de la
reproducción social en Bourdieu”. En:
P. Bourdieu. Las estrategias de la
reproducción social. Argentina: siglo veintiuno. Pp.: 9-27. Estos problemas
se encuentran en la raigambre misma del análisis sociológico y técnico Marxista
–parcialmente criticado por Mauss y su escuela, igual que institucionalmente
por la Iglesia Católica-, y que fueron retomando posteriormente autores desde
Gramsci –si bien de un modo muy original y de suyo-, hasta autores como
Althusser, Poulantzas pasando por Coser y llegando hasta más famosos como
Fanon.
[2]
Room R. (1984). “Alcohol and ethnography: a case of problem deflation?”. En: Curr Anthropol. Nº 25. Pp.: 169–78.
[3]
Por seguir en la línea crítica sobre
las drogas y dar continuidad a los trabajos de Eduardo Menéndez véase Llort, A.
(2017). “El placer es mío. Cannabis: ¿Autoatención o automedicación?”. En:
David P. Martínez Oró (ed.). Las sendas de la regulación del cannabis en
España. Barcelona: bellaterra. Pp.: 219-233.
[4]
Caro Baroja, Julio (1991). “Filosofía
popular”. En: Los pueblos de la península
ibérica. Temas de etnografía española. Barcelona: Crítica. Pp.: 102-112.
[5]
Véanse los comentarios sobre
interacción entre psicología y antropología -Tiago Pires ha historiado de modo
muy rico esta cuestión- que hace Levi Strauss en el prólogo a Mauss, M. (1971).
Antropología y sociología. Madrid:
Tecnos. Pp. 13-42, en esp. 17 y ss. En lo absoluto reductibles a las vulgaridades de la antropología médica
emergida de B. Good y sus círculos académicos y políticos.
[6]
Fricke, T. (1997). “The Uses of Culture in Demographic Research: A Continuing
Place for Community Studies”. En: Population
Council. V. 23, Nº 4. Pp.: 825 y 832.
[7]
Hace poco estaba leyendo para otra asignatura
un informe de Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE) –un think tank
yanqui con sedes en medio mundo- a encargo del Centro Superior de Estudios de
la Defensa Nacional (CESEDEN); el título es muy ilustrativo de estos contextos
del supuesto 3r sector: AA. VV. (2017). Resiliencia: del individuo al Estado y del Estado al individuo.
Documento de Trabajo 05/2017. Madrid: IEEE.
[8]
No obstante, nos permitimos volver a
poner en duda la innovación. Véase
una revisión de los estudios sobre esta materia de las últimas dos décadas en
Ortega y Martínez (2017). Traducción e
Interpretación en el ámbito biosanitario. Granada: Comares. La escasez de
bibliografía específica –menos aun hispana, eslava, china u otras- en pro de la
general –marcadamente anglosajona- no deja de ser reprochable en el marco de
esta asignatura, creemos poder señalar ya a estas alturas. La causa es el
circuito propio de la “global health” como ya señalé al profesor Muela el
pasado curso.
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