Una lectura a Di Giacomo: aclaraciones a Joan Muela.
Buenos
días;
Ante todo, gracias por ponerse
en contacto conmigo.
Le hago saber, también, que
dispone de una copia en Word de este mensaje -con la bibliografía citada-
para facilitarle la lectura si lo deseara.
Efectivamente, el ensayo –que
debía incorporar un tercer apartado entero más en la versión original- puede
ser difuso en algunas de sus dimensiones. Le hago los matices pertinentes:
primero le dejo la «tésis fuerte», después tiene más por extenso su desarrollo
para que Ud. mismo pueda escoger la lectura que prefiera. En caso de que aun
así resultara confusa no dude en ponerse en contacto conmigo.
La tésis fuerte es que: Di
Gaicomo no propone interpretaciones a los sistemas médicos, propone sistemas de
interpretaciones a las medicinas. Lo grave de la misma no es la
propuesta de “sistemas de interpretaciones”, el problema está en que no se
especifican ni se retoman de modo crítico los mismos, dejando dichas críticas
para las medicinas que “ocultan”/”falsifican” determinadas experiencias.
Exposición:
Cuando empiezo abordando el
dilema “mente-cuerpo” (P. 2) hablo de los signos como cristalizaciones etnohistóricas:
factores antropológicos desarrollados a lo largo de historias muy diversas, dan
lugar a unos u otros. En este sentido, no existe una aleatoriedad como pueden afirmar
algunos desde la semiótica. Están codeterminados por actores exógenos que dan
formas y contenidos a estos elementos.
El
ejemplo es la deconstrucción de Pandora a la que procedo. ¿Con qué se relaciona
ello? Con los «signos anatomopatológicos». Como ubica claramente López Piñero
(1998: 313):
Hasta
finales del siglo XVIII, la lesión anatómica […] estuvo subordinada a los síntomas
que habían podido observarse en vida del enfermo. Su paso a primer plano se
produjo a comienzos de la centuria siguiente, en el París posterior a la
Revolución Francesa, por obra de la llamada escuela anatomoclínica.
Y aparece en este extracto otro
concepto fundamental para nosotros: síntoma. Hay una clara distinción entre Síntoma
y Signo:
[signu(m) lat. 'signo', 'señal']
Leng. base: lat. Antigua. En uso desde la antigüedad. En lat. clás. (por ejemplo Cicerón), s. I a.C., tiene en terminología médica un valor semejante al aquí recogido que mantiene posteriormente, así en esp. en textos médicos hispánicos del s. XV (el término se documenta en esp. antes, en 1100). Mientras que un síntoma tiene un carácter subjetivo (es el paciente el que lo percibe), un signo es objetivo. Por otra parte, un signo patognomónico permite determinar una enfermedad concreta.
(Dicciomed, recurso en línea)
[sýn σύν gr. 'con', 'unión' + ptō(sis) πτῶσις gr. 'caída' + -ma gr.]
Leng. base: gr. Antigua. En gr. sýmptōma σύμπτωμα significa etimol. 'fenómeno que acontece simultáneamente', 'fenómeno que concurre'; en Galeno, s. II d.C., y textos médicos de la época tiene un valor semejante al actual; en lat. tardío y castellano mediev. este valor se entremezcla con el de 'colapso' que es también un significado secundario en la antigüedad; esto dio lugar, por calco, a accidente(m) lo que dota al término esp. accidente en su uso médico de significado especial. El síntoma, a diferencia del signo, tiene un carácter subjetivo.
(Dicciomed,
recurso en linea)
Como señala Cortés (2008), “En
realidad la contraposición entre síntoma como 'manifestación subjetiva' y signo
como 'manifestación objetiva' es relativamente reciente, del s. XIX en adelante”.
Asímismo, esta lucha entre “subjetividad” y “objetividad” encuentra su arena
idónea en el ámbito de la psicología –en
cuanto a nuestra disciplina es notorio el crecimiento de la antropología de la
mente, o al simbolicocognitiva, la cual, por cierto, está fuertemente vinculada
con el llamado “perspectivismo amerindio” de Viveiros de Castro-. Esto, claro
esta, siempre que hablemos de una psicología histórica, que no se reduce a los
psicopatólogos del XIX[1].
No obstante,
ha aparecido en estas definiciones un término relevante: “un signo patognomónico”.
Patognomónico también puede ser un síntoma. Pero, inclusive más allá, existe un
proceso de construcción de ambos de forma recíproca. Entre esa “interioridad”
de la mente y esa “externalidad” del cuerpo –un clásico dilema entre soma y el sema (Canguilhem, 2015 creemos no da las respuestas adecuadas, pero
lo plantea de un modo sucinto y claro)- existe un proceso de construcción que
desborda ambos. Es lo que Foucault buscaba con su “extensión” de la noción de
Discurso. Por recuperar los términos de Bourdieu –aunque éste no nos parece que
opere en el texto reseñado- una relación entre estructurante y estructurado.
¿El problema? Llegado a este punto no
hay persona[2]:
hay síntomas, hay patologías, hay discursos y estructuras, sintagmas y hegemonías,
gramáticas y epistemologías. Todo y casi-nada –esa “meta-muerte” que denuncia
Harris en relación al paciente de SIDA, nos parece, también se termina dando en
el análisis antropológico del enfermo
en Di Giacomo-. La recuperación de esa dimensión personal se procura mediante
una radical aceptación de la subjetividad –el síntoma- frente al signo –la objetivad del médico-. Di Giacomo (2013:
42-43 subrayado nuestro) es clara:
he
mantenido una perspectiva dual, tanto «nativa» como etnográfica. Y la
motivación —la «fuerza directiva» (D’Andrade, 1984), si se quiere— que subyace
en este trabajo, es un sentimiento-pensamiento de enfado hacia un determinado
discurso biomédico, popular y antropológico de la enfermedad que falsifica mi experiencia vital etnográfico/nativa
de vivir el cáncer.
Pero el signo, no es signo en
abstracto. Se da una interacción de cuerpos a la cual la autora no apunta nunca
o lo hace para omitirlo acto seguido: “El primero de los signos
anatomopatológicos fue la percusión” (López Piñero, 1998: 314).[3]
Y hay aquí dos conceptos clave:
verdad y experiencia. La verdad, como es bien sabido, era el punto de búsqueda clave
para Foucault: “Pero mi problema ha estado siempre de parte de otro término:
verdad” (Foucault, 1988 en Turner, 1994, 25). Por desgracia, Di Giacomo no le
da la importancia que creemos en realidad tiene ello –sólo repiénsese la obra
de Foucault bajo esta búsqueda de la verdad, ya no tiene nada que ver con una
desconstrucción en abstracto, ingrávida por recuperar los términos de Bauman-.
Por
otro lado la “experiencia” es clave para Di Giacomo, pero es una “experiencia”
que, automáticamente, es metafórica, y como mucho sintomatológica (Di Giacomo,
2013: 49-50):
La
vivencia del cáncer no se limita, para nadie, a la proliferación descontrolada
de células anormales. La experiencia humana siempre pasa por estructuras
metafóricas, culturalmente construidas y socialmente reproducidas, que dotan de
significado a la experiencia.
El punto aquí ya es bien
sencillo: Cuando a mi abuela le diagnosticaron asma, entorno los años 50,
después de haber migrado a Venezuela y haber vuelto a Barcelona, el médico le
advirtió: “la mejor médico es Ud. misma ya que Ud. siembre va estar con Ud., mientras
que los médicos vamos pasando”. ¿Qué experiencia es esta? ¿Es la experiencia de
mi abuela la que habla o la del médico? ¿Por qué mi abuela siempre ha recordado
a este médico y no a tantos otros por los que ha pasado en su dilatada –y por fortuna
saludable- vida? Por otro lado me acordaba de mi abuelo, quien en sus últimos
10 años, antes de morir a los 90 años, pasó por muchos médicos: públicos y privados,
del pueblo –Villajoyosa, al lado de Benidorm- y de ciudad, CAPs y hospitales
universitarios. Su experiencia fue tan variada… que no veo ese “reintegrar en
la antropología una experiencia vivida
fragmentada por la práctica médica” (idem.: 49 subrayado nuestro), básicamente porque
la biografía misma, como muestra muy bien Eduardo Menéndez (1998) en su texto
sobre los “estilos de vida”, en última instancia, como para Foucault (2015:
60) “La historia continua es un correlato
de la conciencia”, es una mera reconstrucción realizable desde múltiples puntos y con métodos muy distintos –no
es lo mismo unas memorias que una autobiografía, que un documental o que esos
libros in memoriam que editan las universidades
cuando algún que otro autor muere (biográfica o biológicamente)-. Puedo en esto
invitar a algo muy sencillo: si revisamos cuándo usa Di Giacomo en su texto la palabra
“experiencia” lo hace sin problematizar a esta misma, tampoco problematiza la
dimensión de la “verdad” que busca reintegrar al igual que en algún punto puede
caer en un ego-centrismo, no en el sentido peyorativo, sino en el sentido de la
excesiva relevancia que da al Ego –antropológico
antes que humano- en la contribución gnoseológica al conocimiento… ¿Científico?
Más bien parece que antropológica, pero así, en abstracto: tan en abstracto
como ese “vivida” que acompaña tantas veces a “experiencia” en el pensamiento
de la autora –y que, creemos, se está confundiendo con la noción de “cotidiano”
de la sociología del conocimiento de
Berger y Luckman (2019 [1968])-.
Di Giacomo no propone interpretaciones a los sistemas medicos, propone
sistemas de interpretaciones a las medicinas. Me parece que, en última
instancia, afirmaciones sobre la “auto-experiencia” de la enfermedad como las
que veíamos, no se inscriben de forma autónoma en ella misma. El paradigma del
“embodiment” resurge de ecos similares. Por ver otro reputado autor vayamos a
Csordas (2011: 83):
El
embodiment** como paradigma u orientación metodológica requiere que el cuerpo
sea entendido como sustrato existencial de la cultura; no como un objeto que es
"bueno para pensar", sino como un sujeto que es "necesario para ser".
Para argumentar por analogía, un paradigma fenomenológico del embodiment puede
presentarse como un equivalente, y como un complemento, del paradigma semiótico
de la cultura como texto.
Aquí llegamos a otro melón como
es la fenomenología, que más que un complemento a la semiótica parece un complemento
a la epistemología posmoderna –en el ensayo recogimos el testigo de Rabinow y
lo abordamos críticamente-, ciertamente igual no en manos de Csordas, pero sí
de Di Giacomo.
Espero no considere un abuso
una tan prolongada respuesta, no obstante, creo que es mejor reintegrar a
través de esta línea varias dimensiones de mi ensayo y de la propia Di Giacomo
a dar un mero argumento «flotante» donde juegue, con falta de sinceridad, con
su buena disposición a entenderme.
Reitero mi agradecimiento por
sus palabras, y más aún por su advertencia y su disposición a ponerse en contacto conmigo para los
necesarios matices. Cualquier cosa no dude en ponerse en contacto conmigo.
Artur Jaume Llinares Pacia
Barcelona; 18 de febrero del
año 2022.
Bibliografía:
BERGER y LUCKMAN (1968). La construcción social de la realidad.
Argentina: Amorrortu.
BERRIEDALE, Arthur (1929). The sovereignty of the British Dominions.
Nueva York: Macmillan and Company.
CAMPRUBÍ, Lino (2016). “Percepción
Ciencia e Historia”. En: SIBA. Nº 3.
Pp.: 21-43
CANGUILHEM (2015). “¿Muerte del
hombre o agotamiento del cogito?”. En: Foucault. Saber historia y discurso. Argentina: Prometeo libros. Pp.: 31-51.
CORTES, Francisco (2008). “Manifestaciones
subjetivas y objetivas de la enfermedad”. En: Dicciomed. Recurso en línea:
<< https://dicciomed.usal.es/palabra/sintoma
>> [Consulta: 18-feb-2022]
CSORDAS (2011). “Modos de
atención”. En: S. Citro (Coord.). Cuerpos
plurales. Antropología de y desde los cuerpos. Argentina: Biblos. Pp.:
83-104.
FOUCAULT (2015). Saber, historia y discurso. Argentina:
Prometeo libros.
LOPEZ Piñero, José Mª (1998). Antología de clásicos médicos. Madrid:
triacastela.
MENÉNDEZ, E. (1998). “Estilos de
vida, riesgos y construcción social. Conceptos similares y significados
diferentes”. En: Estudios Sociológicos.
Vol. XVI, Nº 46. Pp.: 37-67.
RONZÓN, Elena (1991). “«Antropología»
y psicología racional”. En: Antropología
y antropologías. Ideas para una historia crítica de la antropología española.
El siglo XIX. Oviedo: Pentalfa. Pp.: 407-425.
TURNER, V. (1994). “Los avances
recientes en la teoría del cuerpo”. En: Reis.
Nº68, V. 94. Pp. 11-39.
Recurso en línea:
Dicciomed: <<https://dicciomed.usal.es/palabra/signo>>
[Consulta: 18-feb-2022]
[1]
Es interesante, por otro lado, que
demasiados expertos en la salud de la mente reducen de un modo espantoso el
desarrollo de estas disciplinas. Un autor tan influyente en España con Fray
Ceferino González daría muestras en su La
Biblia y la ciencia de complejas dimensiones entre psicología, antropología
e historia. Cfr. Ronzón (1991, Capitulo 9). Por algún motivo, el mundo entero
ya era burgués cuando Kant y más aún
cuando Marx… curioso presentismo que permea también la historia de la
antropología como en el caso de Malinowsky que señalamos en el ensayo.
[2]
Dado el fortísimo arrastre de la política
en el análisis de la salud, la enfermedad, la muerte y la epidemiología en general
sería comprensible que estuviera afectando de fondo, consciente o inconscientemente,
una noción jurídica de “persona”, nada ajena a la tradición anglosajona pero, y
esto es lo importante, menos aún en las excolonias inglesas en África y toda la
Common Wealth (Cfr. “personal union” en Berriedale, 1929).
[3]
Recuperar la percusión nos permite
darle gran profundidad a esta cuestión. Por un lado, como técnica, Camprubí
(2018) emplea los casos de la audición como excelentes hilos del desarrollo de
la técnica y la ciencia no desde una perspectiva tanto epistemológica cuanto
gnoseológica. Por otro lado, en el campo de la arqueología del paisaje también
son múltiples los estudios aplicados en relación al sonido. Se ha destacado en
España Margarita Díaz Andreu.
Esto nos lleva
un tercer punto, más bien propositivo, que es el de tomar la percusión
de los cuerpos en los procesos de construcción de los signos anatomopatológicos
como procesos gnoseológicos antes que epistemológicos, lo cual permite salvar
buena parte del posmodernismo de Di Giacomo –heredado de Byron Good-.
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