A la memoria de Olatz: una persona que rompe roles.

Estas líenas las emprendo con motivo de un hilo de Twitter que escribió Olatz Vázquez a fecha de 9/6/2021 [link], donde explcia su experiencia ante las prubeas para detectar el cáncer que sufrió y se la llevó.

In Memoriam. 



«Este cuerpo no parece estar tan sometido únicamente a las influencias cósmicas como ocurría en la edad Media. Adquiere una mayor autonomía al disponer, más que antes, de uniones y articulaciones. Puede ser objeto, con mayor facilidad, de intervenciones voluntarias, se puede guiar.»

(Vigarello, 2006: 114)

Así es como se fundan las nociones contemporáneas de la persona como “autómata” frente al sistema de salud, que encuentra su mayor prolongación en el posthumanismo de Haraway y su propuesta «ciborg» -un verdadero despropósito clasista-.

El romper dicho enclasamiento, es lo que, nos parece, puede ofrecer el breve relato al que nos hemos expuesto. Olaz hace una descripción interesante. No obstante ¿La experiencia autobiográfica de dónde parte? En Español es interesante que la primera «autobiografía» también se deba a una mujer: Leonor López de Córdoba (ca. 1362-ca. 1430) [Cfr. Bellido, 2020].

Desde entonces el surgimiento reflexivo del Ego literario ha dado lugar a multitud de debates. Sin lugar a dudas uno de los más interesantes es el de la dimensión que ocupa la “autoría” dentro de un relato “personal” más amplio y que, contra lo que pueda parecer, es lo que envuelve un relato parcial, no total: es imposible que nuestros relatos superen la realidad en su emergente complejidad. Así, “autorelatos” hay muchos, y estos han supuesto un relativo “renacimiento” en las ciencias sociales. Ello en especial a partir de los «relatos» de los totalitarismos del Siglo XX. Esto también lo decimos por un motivo: es dentro de un marco geopolítico concreto donde la voz de un “individuo” “libre” y “racional” toma un valor preponderante frente a otros “sujetos” narrantes o historiadores. Tampoco habría que menospreciar el género de las memorias militares, el cual ha estudiado excelentemente Yubal Noah Harari (2008), tristemente conocido por una “historia universal” sin originalidad alguna. Así pues, ya en la década de los 90 Hernández Sandioca lo advertía en estos términos:

[…] en la últimas décadas, debido en parte al arrastre fortísimo en nuestra disciplina de la antropología, del cualitativismo metodológico y de la interpretación y […] de la “historia oral”, esa triunfal reintroducción de la subjetividad en la historiografía y en las ciencias sociales que todas ellas comportan ha venido también acompañada de una revalorización científica general de la “experiencia”, de una reconsideración positiva del valor objetivable, intersubjetivo, de la relación existente entre “realidad vivida" y “realidad histórica”.

(Hernández, 1995: 10)

No es este espacio para hacer un recorrido detallado en condiciones sobre este fenómeno, que no deja de estar relacionado con el surgimiento de «la opinión pública», emergida al amparo de utensilios, medios y fines nuevos de finales del s.XVIII.

Pero estas líneas las emprendo, más allá de para dejar claro que esto no es un fenómeno milagrosos, para ensalzar esos usos de los medios para romper una estructura dicotomizante entre «opinión pública» y «opinión privada»: las personas, aunadas en un cuerpo único, debemos estar, y en efecto nos desarrollamos, en ambos espacios. Olatz, frente a multitud de antropologías posmodernas que niegan a la persona y lo sustituyen por roles, que reducen a la persona a un cuerpo tecnificado y tecnificable, etc. se lanza  a una antropología donde la persona-humana es el centro (Ver. Boixareu; 2008). Las contradicciones no son tanto propias de un hombre “hecho a  partes/piezas” como por la discontinuidad misma con la que se nos presenta la realidad: ve una máquina, siente un miedo, escucha una voz. Todo ello se aúna en un cuerpo que experimenta en la continuidad del espacio-tiempo un mundo que siempre lo desborda, pero que debe aprehender sin remedio.

El relato de Oaltz, en tanto que relato, nos parce un ejemplo brillante de una surte de paciente impasivo, antes que una “inquietud” más propositiva y espasmódica que realizable. El relato de Olatz, más importante aún, muestra que no existe “el paciente”, muestra que este es un puro sujeto social, sociológico, pero nada más –muchos sociólogos y sociólogos que se creen antropólogos por tener un título homónimo, añadirían que “y anda menos”: pobres-. El “paciente” es un rol que uno adquiere frente a la bata blanca, y como una vez comentamos en calase, de modos muy diversos: las madres suelen actuar de un modo diferente los padres, igual que no toda clase social se ve igual de desprotegida frente al “conocimiento experto”.

Olatz, no fue una paciente, fue una persona. Su relato así lo muestra, y así nos guía, esté donde esté su espíritu, para romper con una dicotomía que nos parte el cuerpo y el alma para provecho y satisfacción de la reproducción del capital. Si… así es… Olatz hizo la revolución que las más de las personas no son capaces de llevar a cabo, menso aun de pensarla. Una revolución de lo cuotidiano que lleva pregonándose desde la psicología social de forma estéril –cómo si no emergiendo de donde emerge-. Pero, desde mi más personal punto de vista, Olatz también es muestra de la libertad que uno puede llegar a ejercer –nunca defiendo ni defenderé la equivalencia entre “derecho” y “libertad” como ha hecho la socialdemocracia europea y el liberalismo occidental-: ¿Alguien le financió su “autoetnografía”?¿Alguien se la pidió? Sí, igual lo hizo en una plataforma del poscapitalismo como Twitter, esa misma app que ha ayudado al auge de la mal llamada extrema derecha –neoliberales con estética tradicionalista, pero sin fundamento tradicionalista [algo que comparten con muchos autoproclamados “marxistas” que no han pasado del Manifiesto]-. Pero es en saber usar esa vías para hacer la revolución donde puede subyacer la calve del cambio.

Habrá que esperar y ver qué hace la gente, las personas: ¿Cuánto más estamos dispuestos a que nos impongan un papel de “paciente” en un teatrillo que niega nuestra existencia real en el mundo?

 

A la memoria de Olatz, quien falleció el 1 de Noviembre del presente año. Que Dios acoja su alma, y nosotros los dones que supo procurarnos.

DEP

 

Bibliografía:

BOIXAREU, Mª (Coord.)(2008). De la antropología filosófica a la antropología de la salud. Barcelona: Herder.

BELLIDO, Jose Mª (2020). LA BIBLIOTECA IDEAL, 53: Leonor López de Córdoba (ca. 1362-ca. 1430) (I). Disponible en YouTube: <<https://www.youtube.com/watch?v=c3reA0bz91w&t=7sv>> [Consulta: 15-DIC.-2021]

HARARI, Yubal N. (2008). The Ultimate Experience: Battlefield Revelations and the Making of Modern War Culture, 1450-2000. Londres: Palgrave Macmillan

HERNADEZ Sandioca, Elena (1995). Los caminos de la historia. Cuestiones de historiografía y método. Madrid: editorial síntesis.

VIGARELLO, G. (1989). Lo sano y lo malsano. Historia de las prácticas de la salud desde la edad Media hasta nuestros días. Madrid: Abd.

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