Notas a un consumo antropocénico.


 Figura 1: Imagen tomada el 6 de febrero de 2020.

 

Hace un año decidí hacer un estudio sobre como las personas dedicadas a las artes, nacidas alrededor 2000 –si bien mi muestra también quiso hacer contrastes con la generación previa-, estaban empelando las redes sociales como medio relativamente común para promocionar sus trabajos y, en especial, se promocionaban para encontrar uno. La red social que escogí fue Instagram.

A mitad de estar haciendo el trabajo me encontré en el centro comercial La Maquinista la foto que encabeza estas líneas: tres corazones concéntricos dentro de un cuadro de diálogo. En su momento no pude abordar la cuestión como placiera, advertí:

Otro aspecto de gran relevancia, pero que aquí no hemos podido tratar, es el del uso de los nuevos lenguajes. Los emoticonos o los # (Bernard, 2019) ocupan la primera plana de la vida en internet, hasta tal punto que llegan ser sinónimos de este concepto: vemos ciertos símbolos y ya comprendemos de inmediato la referencia.

Llinares, 2020, 26[1]

Klein (2005)[2] exploraba como las marcas pasaron de “buscar su esencia” a vender dicha esencia. Dicha virtualización de las empresas, en buena medida surge de la digitalización de los propios medios de comunicación. Advertía Prats (1997: 40)[3]:

Vivimos otras dos realidades ajenas a través de los «viajes» materiales o virtuales. Esto nos ha habituado también a convertir la realidad en espectáculo, […], a la vez que la economía de mercado nos ha acostumbrado a que todo […] puedan convertirse en artículos de consumo[4]

Así pue, tanto los medios de comunicación como los medios de transporte han representado sendas revoluciones para la sociedad, aspecto este que, por otro lado, no tiene absolutamente nada de novedoso; Bernard Shaw (2012: 286 y 287)[5] ya en 1928 apuntaba hacia ello, y ya en el XIX se advertiría.

Los medios de comunicación  son muy amplios, e internet ha sido una dimensión fundante. En especial el llamado software para medios, o apps. Estas han revolucionado todo tipo de consumos, desde el patrimonial (Santacana, Asensio, López et al.; 2018)[6] hasta el ceremonial (Gibbs, Meese, Arnold et al.;2015)[7]. Dirá Manovich (2013, 62)[8] al respecto:

Las páginas de los noventa que proporcionaban contenidos generados por otros (y, por ende, «mensajes» comunicativos) se vieron complementadas por las redes sociales y las páginas de medios sociales, en las que los usuarios pueden compartir, comentar y etiquetar sus propios medios.

El usuario, así pues, pasa de ser un mero traficante de archivos a ser un actante de “actos software” (Manovich, 2017)[9]. Esta insolvencia con respecto a la persona, al sujeto humano, se produce en múltiples momentos y por medios diversos. Klein (2005) apuntaba hacia como las empresa se van constituyendo en instituciones que recubren cada vez más sus usuarios buscando una identificación más constante y envolvente, si bien la dinámica hegemónica de “roles” en nuestros contextos impide dicha constitución del sujeto como persona-consumidor[10].

Pero algunos de los elementos que se usan en estos medios, no obstante, se hacen casi omnipresentes. En buena medida esto se da por la multimodalidad por la cual opera la "sociedad red” como advirtiera Castells (2009)[11], y también porque si “no se trata simplemente de conseguir una cuota de audiencia, sino de conseguirla audiencia objetivo” (idme.: 263), dicha audiencia también se mueve en múltiples medios a la vez: desde una autopista donde los grandes carteles de las industrias hacen de patrocinio, las carreras de formula1 donde siempre destaca la inversión de Rolex (igual que en el golf o el polo), Instagram o cuando damos una vuelta por un centro comercial.

Así pues, el marketing sabe que se necesita plural a sí mismo para procurar: Las “plenas condiciones de coperesencia” donde “las personas deben sentir que están lo bastante cerca para ser percibidas en esta sensación de ser percibidas” (Pink et al., 2019: 106, citando a Goffman, 1963)[12]. Y es normal que, ciertos elementos con gran presencia en nuestra “vida cuotidiana” -¡con cuanta sociología llega a conectar esta desdichada expresión!- , terminen por devenir iconos per se. Un excelente ejemplo estudiado recientemente ha sido el del # por Andreas Bernard (2019: 48)[13]:

Aside from a fiew excepcions, relfecctions on the hashtag come from the same to types of scources: social-scientific and mediatheoretical articles about political activism on one hand, and insights from the world of marketing on the other.

No obstante, como reflexiona N. Rambukkana (2015, 42)[14]:

at least in this one way, neoliberalism and activism might be speajing the same language

Así podría resultar incluso interesante plantear una política del consumo permanente; no obstante, no queremos ir por aquí ahora. Si ha habido una plataforma masiva en este sentido ha sido Instagram. Esta app ha implementado múltiples estrategias, pero en especial ha sabido jugar con dos grandes fenómeno:

-          Por un lado el surgimiento de “influencers”, una figura inexistente hace apenas una década, pero que ya se encontraba de forma seminal planteado en las “celebridades” y “famosos” de la TV (Bueno, 2003)[15].

-          Por otro lado una clara orientación, más reciente pues ha emergido en los últimos dos años de la app, hacia la plataforma de compraventa de productos.

Estos dos fenómenos no se producen de forma aislada y sin antecedentes, como ya hemos querido hacer notar al poner en relación al influencer con el famoso y la celebridad. En cuanto a Instagram, tampoco puede negarse que la distinción entre clases y sujetos puede hacerse aún más fuerte, no obstante, y esto es importante para nosotros, también es una ventana –siempre limitada- para ver qué pasa en otras partes del mundo.

Justamente su presencia alrededor del mundo y en grupos sociológicos muy diversos es lo que le da una imagen tan “reconocida” a sus elementos de interacción:[16] sus botones, sus funcionalidades e inclusive su propio emoticono, con fuertes reminiscencias de aplicaciones previas (por ej. la app Retrica), etc. Pero si hablamos de la nuevas redes sociales que el mundo ha creado (Miller, 2019)[17], es importante advertir que serán las interacciones y su forma de cálculo (o la pretensión de mismo) un aspecto central de una “red social” digitalizada. La muestra de dichas interacciones es muy diversa, y va desde que te manden un meme por el chat, que te “mencionen” en una publicación, o, lo mas importante, que te den “Me Gusta” o “Like”:


Figura 2.: Aviso de que un usuario ha recibido un megusta en Instagram. Captura de pantalla del 6 de febrero de 2020.

Como hemos querido advertir todo el rato, estamos ante elementos que toman múltiples dimensiones y juegan con reminiscencias muy variadas. Así pues, tampoco podemos decir que el corazón se deje de inspirar en otros aspectos, como esta otra publicidad del BBVA [Figt. 3], más bien asociada a la salud.


Figura 3: Fotografía tomada el 19 de mayo de 2020. Anuncio encontrado en el barrio de San Andes del Aplomar.

Si bien tampoco es menos cierto que hay una cierta reincidencia en asociar el corazón a redes sociales. Dos últimas buenas muestras son las portadas de los siguientes libros:

Figura 4: Portada de Friederich et al. 2019.[1]

Figura 5: Portada de Pont y Gutiérrez (2020)[1]



[1] PONT, Carles y GUITIOERREZ, Antoni (2020). Instagram en la estrategia de construcción de liderazgo político. Barcelona: Gedisa.




[1] FRIEDERICH, Sebastián et al. (2019). La sociedad del rendimiento. Cómo el neoliberalismo impregna nuestras vidas. Pamplona: katakrak.




[1] LLINARES, Artur (2020). Propuesta temática. Barcelona: UB. Inédito. Algunos de estos aspectos fueron expuestos en: Llinares, Artur (2020).  Antropología digital. Charla impartida en el Primer Congrés Català d'Antropologia (CoCA). Universidad Rovira y Virgili, Tarragona, España. Viernes 31 de enero.

[2] KLEIN, N (2005). El poder de las marcas. Barcelona: Paidós.

[3] PRATS, Llorenç (1997). Antropología y patrimonio. España: Ariel.

[4] El subrayado es añadido.

[5] BERNARD SHAW, George ([1928] 2013). Manual de socialismo y capitalismo para mujeres inteligentes. Barcelona: RBA.

[6] SANTACANA, Joan; ASENSIO, Mikel; LOPEZ, Victoria; MARTINEZ, Tania (2018). La evaluación de las apps en el patrimonio cultural. España; TREA.

[7] GIBBS, Martin; MEESE, James; ARNOLD, Michael; CARTER, Marcus (2015). “#Funerals and Instagram: Death, Social Media and Platform Vernacular”. En: Information, Communication & Society. Vol. 18. Pp. 255-266. Disponible la versión publicada online del 2014: <<https://opus.lib.uts.edu.au/bitstream/10453/69284/1/Gibbs-Meese-Nansen-Arnold-Carter-full-text_libre.pdf>>

[8] MANOVICH, Liev (2013). El software toma el mando. España: UOCpress.

[9] MANOVICH, Liev (2017). “Los algoritmos de nuestras vidas”. En: Cuadernos de Información y Comunicación. Nº 22. Pp. 19-25. Disponible en línea: <<https://revistas.ucm.es/index.php/CIYC/article/view/55960>>

[10] Igual Tofler, desde una relectura antropológica, iba por aquí al hacer su estridente propuesta sobre el prosumer.

[11] CASTELLS, Manuel (2009). Comunicación y poder. España: Alianza

[12] PINK, Sarah; HORST, Heather; POSTILL, John; HJORTH, Larissa; LEWIS, Tania; TACCHI, Jo (2019). Etnografía digital. Principios y práctica. España: Morata.

[13] BERNARD, Andreas (2019). Theory of the HAS#TAG. UK: Polity.

[14] “Fram #RAceFAil to #Ferguson: the digital intimacies of Race-Activist Hashtag Publics”. En: Hashtag Publics: the power and politics ofd discursive network. NY: Peter Lang. Pp. 29-46.

[15] BUENO, Gustavo (2003). ”La idea de fama”. EN: El catoblerpas. Nº 21. Disponible en: <<https://nodulo.org/ec/2003/n021p02.htm>>

[16] Dicho desbordamiento del campo sociológico, creemos poder indicar, le da una mayor fuerza a un análisis antropológico.

[17] MILLER, Daniel (2019). “Cómo y porqué el mundo cambió las redes sociales”. En: Etnografías contemporáneas. Etnografías de lo digital: reflexiones y experiencias  de campo multisituadas y (des)situadas. Vol. 5 Nª 9. Pp. 6-17. Disponible en: <<http://revistasacademicas.unsam.edu.ar/index.php/etnocontemp/issue/view/49/48>>


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