Pantano alimentario: entre el acceso y el hábito.

 “La desigualdad”, si bien es muy plural y no podemos dar por sentad que toda “desigualdad” es igual, también afecta a la alimentación en sus muy diversas facetas y formas.

Podemos poner algunos ejemplos de esta desigualdad en el acceso a los alientos de ciertos sectores sociológicos de nuestras sociedades occidentales modernas y democráticas. Este etiquetado, que puede parecer barroco, es fundamental para situarnos en un consumo dentro de los “mercado pletóricos” que cubren desde el voto hasta las grandes superficies (ϕ, 831)[1].

Vamos proponer brevemente, invitando al lector a ahondar en estas cuestiones, dos casos.

El primer caso nos lo plantea el diseñador Riccardo Falcinelli (2019, 17-18)[2]:

Hace tiempo, estando en una pastelería, pregunte a la dueña […] si había algún dulce que se vendiera más que los otros. Me contó que hoy en da la gente ya no compra bandejas de doce pasteles, sino de seis; que el descenso de las ventas es proporcional al descenso de quienes van a misa los domingos […] y finalizó sentenciando que el rey de los pasteles sigue siendo el diplomático, es esponjoso trozo de bizcocho elaborado con licor, hojaldre y crema pastelera que recuerda a un milhojas de crema. Un dulce épico porque su compleja estructura es sentida por todas las generaciones como el símbolo de una época pasad. Me refiero a que el diplomático es, incluso para las abuelas, el dulce de las abuelas.

[…] la complejidad de la que me hablaba la pastelera no tiene que ver tanto con la receta en si como con la forma de degustarla. […] No tiene, pues, un gusto único, sino varios sabores articulados que persisten y cambian incluso después de tragarlo.

[…] una experiencia muy distinta a la que se tiene con la Nutella, que, como caso todo dulce industrial, posee un gusto uniforme durante todo el tiempo que la tenemos en la boca. […] es sobretodo el contraste entre dos mentalidades rítmicas desiguales: el paso lento de uno y la inmediatez de la otra.

Inteligentemente Falcinelli sabe ver las relaciones entre el consumo particular de la sociedad italiana y el sistema productivo y reproductivo contemporáneo. Los jóvenes, dado el cambio que se procure en las sociedades modernas (Cortés, 2011)[3], ya no comprenden la alimentación en los mismos términos que sus predecesores. Pero a su vez, esto también es una cuestión de clase: los alimentos siguen fluyendo del sur al norte global, como ya hemos tratado en otras entregas.

Los jóvenes que se adhieren a un sistema productivo rápidamente, cada vez con una fuerza de las instituciones reproductivas que se pone más en duda (Mc Luhan y Fiore, 2020)[4], sencillamente desarrollan hábitos de consumo marcados por sus accesos a grandes superficies, marcas y fetiches: bebidas energéticas, dulces industriales, etc. Así pues, dentro de la propia sociedad italiana existe un cambio de acceso entre dos generaciones, ambas en el fondo probablemente del mismo tipo, prefigurativas, como describió Mead (2019)[5].

El otro caso nos lo ha tratado José Mansilla (2020)[6] en su reciente etnografía sobre la “pandemia de la desigualdad”. En su trabajo (ídem, 59-69) dedica una parte breve, pero siendo con diferencia la mejor y más interesante del libro, a la “Desigualdad en los hábitos de consumo en tiempos de pandemia”. Él va a recorrer diversas variables (en su mini-encuesta propuso 22 variables [ídem., 60]), pero para abreviar nos vamos a quedar la cuestión de clase y el dónde se hacían las compras:

De este modo, las clases altas […] alternaron su visita a los diferentes tipos de establecimientos en un 90,9%, mientras que conforme bajamos en la escala de renta […] los consumidores aparecieron como más proclives a abastecerse únicamente en supermercados, pasando del 0,0% de las primeras al 17,4% para la segunda [clase media] y el 29,5% para la tercera de las categorías [clase baja]. Es decir, conforme mas bajo era el nivel de ingresos del consumidor, más se apostó por superficies que priman el precio y la disponibilidad de los productos.

(Ídem., 61)

Se han ido proponiendo varias soluciones para los problemas alimentarios desarrollados de los diferentes accesos físicos e ideológicos a la alimentación, es decir, una reeducación del consumidor; una estrategia, por otro lado, que puede incentivar la idea del “consumidor” como “libre elector del mercado”. Mas allá de las disputas, demasiado amplias para exponerlas aquí, que se puedan dar, esta reflexión llevó a proponer en Japón los llamados “alimentos funcionales”, en línea con otras propuestas como los alimentos sin gluten, o los alimentos “light”, como nos explica Esperanza Torija (2016)[7].



[1] Φ. “Constitución (systasis) y Evolución de las democracias actuales: Idea ontológica de Libertad objetiva / Sociedad de mercado pletórico”. Diccionario filosófico. Entrada 831. Recurso en línea: <<http://filosofia.org/filomat/df831.htm>>

[2] FALCINELLI, Ricardo (2019). Cromorama. Cómo el color transforma nuestra visión del mundo. España: Taurus.

[3] CORTÉS, Marlon Y. (2011). “La desaparición de la infancia. Dos perspectivas teóricas”. En: Revista Educación y Pedagogía. Vol. 23, nº 60. Pp. 67-76. Disponible en: <<https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=4157741>>

[4] MC LUHAN, Marshal y FIORE, Quentin (2020 [1967]). El medio es el masaje. España: Paidós.

[5] MEAD, Margaret (2019 [1970]). Cultura y compromiso. Estudios sobre la ruptura generacional. España: gedisa.

[6] MANSILLA, José (2020). La pandemia de la desigualdad. Una antropología desde el confinamiento. España: Bellaterra edicions.

[7] TORIJA, Esperanza (2016). “Functional foods: interest and current situation”. En: Anales de la Real Academia Nacional de Farmacia. Vol. 82. Pp. 260-276. Disponible en: <<https://analesranf.com/wp-content/uploads/2016/82_ex2/82ex2_21.pdf>>

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