Lectura a Allué: DisCapacitados
Si bien no podemos hablar de un
enfoque revolucionario, pues la propia autora da muestras de sobra de obras que
anteceden a su propio trabajo, resulta interesante el campo que aborda Allué:
la discapacidad.
En este sentido, el eje
discriminatorio, entre el “un tanto de vida” y “un tanto de muerte”, de
Letamendi queda lejano,[1]
pero también los debates sobre el “hombre enfermo”[2].
Allué apela a otra dicotomía: el valido y el inválido (discapacitado).
La antropóloga ve así a sus sujetos
como motor de cambio en la perspectiva que la sociedad toma de éste tras una
alteración en su normal aspecto (quemaduras, mutilaciones, etc.) y/o
funcionamiento (incontinencia, temblores, pérdida de precisión motriz, etc.)
del cuerpo. ¿Cómo define la sociedad a este nuevo
sujeto?
Ella tiene ventaja, o así lo plantea,
por haber vivido largamente esta condición; en una primera fase de su vida como
“hija de”, en una segunda fase siendo ella misma la discapacitada.
Es este acercamiento “desde dentro”,
si bien no llega al grado de ejercitar una autoetnografía (por ej. Ventura,
2019)[3],
el que la autora procura incentivar, y esta misma aproximación explicará la ordenación
del propio libro.
Allué empieza por la clásica “justificación”
del trabajo, pero enseguida aborda la cuestión desde la misma definición de los
conceptos que usará, discutiéndose entre el inglés, el español y el catalán. Así
la introducción a la cuestión, pasadas las descripciones biográficas, es lo más
distante y “objetiva” posible, tomando la lengua y el lenguaje como justo “barómetro”.
A partir de aquí procura reescribir
el proceso de la construcción de un discapacitado.
Empieza por la dicotomía biográfica
de la persona a partir de los daños biológicos. El antes y el después, no
obstante no siempre son iguales. Así la autora despliega una abanico de
posibilidades que van desde una “antes de…” muy amplio, cuando el accidente
ocurre ya siendo adulto o incluso anciano, en contraste con cuando dicho “antes
de…” tiene muy poco respaldo, en el caso de los niños y jóvenes que sufren
daños en su organismo. También veremos que no es lo mismo aquel cuya enfermedad
se presenta como definida, como finita (la pérdida de X funciones, la pérdida
de X órganos, etc.), en contraste con aquellos cuyas enfermedades presentan
unos horizontes abiertos: pensemos aquí en las enfermedades degenerativas, pero
también en enfermedades como el cáncer y sus “recaídas”.
A partir de este grave momento toca
plantearse como se reincorpora uno a la vida diaria, como se lleva a cabo esa búsqueda
de la “normalidad”, por otro lado tan diversa entre cada individuo.
Empieza, valga el cliché, por uno
mismo. Cómo la persona, en entornos adecuados, en especial el hospital, empieza
a rehabilitarse física y emocionalmente. Cómo es empezar a apreciar las
dificultades del día a día y cómo puede uno llegar o no a involucrar a otros en
dicha necesidad, mediante la ayuda.
Esta última, la ayuda,, presentando un lenguaje más complejo de lo que a simple
vista podría verse, no ya como una petición normal, sino como una exigencia por
derechos propios.
También empieza a aparecer toda una nueva galaxia de tecnologías
del cuerpo, pero también se combinan, irrefutablemente, con tecnologías la mar
de “normales” como el mismísimo teléfono móvil. Pese a que éste sea uno de los
capítulos que menos destaquen, es de los más importantes pues tiende un puente
sólido entre la antropología médica o de la salud con la antropología de la
técnica y/o la tecnología (Costa, 1989)[4].
Aun así habrán dos órdenes que
chocan directamente con/en el nuevo mundo del discapacitado.
Por un lado, y presentándonos la parte
“dura” de la teoría, de la cual parte, Allué nos habla del estigma, siguiendo términos
de Goffman. Pero también es interesante como el estigma no es homogéneo: como
una luz, cubre al minusválido como a una superficie, pero no ilumina todas sus partes
del mismo modo. Un aspecto tan importante al momento de describir el día a día
del discapacitado, como el dolor, queda totalmente invisibilizado en contraste
con otros aspectos como, por ejemplo, las marcas de una quemadura o una
mutilación. A su vez, puede estigmatizarse mediante la omisión de las propias características
individuales del sujeto, inclusive: “¿Su mal genio es ahora culpa del trastorno
en su vida, o ya era así antes?”. En este sentido, se distancia del manido
concepto de medicalización, si bien
en alguna ocasión puntual aborda, por ejemplo, como reacciona la psiquiatría y la
psicología al discapacitado (P. 75).
Por otro lado, el ecosistema urbano
o el del pueblo, pueden implicar serias dificultades para el normal desarrollo
de la vida de estos sujetos. La autora revisa minuciosamente instalaciones tan presentes
en nuestra vida (sea por el uso o por su representación en anuncios, películas,
series o libros) como los aeropuertos, los trenes (dejando ver, por cierto, que
es una entusiasta de los viajes), los edificios públicos, etc.
Antes de terminar, ¿Cómo se
enfrentan, socialmente, los discapacitados al estigma y al “muro de Berlín” de
su ecosistema de asfalto y cemento? No es una respuesta sencilla, pues el
entorno social, amigos y familiares, puede ser tan bondadoso como nocivo, y es
por ello mismo que la autora dedica sendas recomendaciones a los lectores sobre
cómo tratar con un familiar en condiciones similares a las que narra. Por otro lado
¿El trabajo, es visto como una oportunidad para superarse a uno mismo y su discapacidad,
o se ve como un resto de otra categoría de vida, al cual el discapacitado debe renunciar
en pro de una vida de pensiones? “Ni tanto, ni tan calvo”, es su conclusión. No
hay que hacer del discapacitado un héroe al igual que tampoco hay que hacer de éste
un menesteroso que vive de las pagas sociales: el trabajo sólo permite encontrarse
a uno mismo en casos de lujo.
Finalmente, y procurando enmarcar
sus 200 páginas anteriores, nos ofrece un retrato preciso pero con amplitud de
miras a modo de conclusión:
Las personas con discapacidades tenemos […] problemas comunes pero no somos personas iguales
(p. 238)
Como hemos resaltado, es un trabajo
hecho desde “dentro”, así es como procura retratarlo la autora, y asimismo es
como la ordenación de los capítulos lo ilustra.
No obstante, esto también marca
algunos límites a su trabajo. ¿Escribe como discapacitada, como antropóloga,
como mujer, como qué? Ella lo tiene claro, como discapacitada. El lector, en
este caso particular, como mínimo, se puede preguntar ¿Es un discapacitado un antropólogo
sin más? Es ahí donde encontramos el mayor fallo de este interesante libro.
Igual la distinción emic. y etic. de Pike ya no está a la vanguardia tras la
posmodernidad. No obstante, ello no es excusa para no preguntarse qué ofrece
desde la antropología concretamente: el relato. ¿Pero, es la antropología un mero
receptáculo de relatos?
Allué plantea observaciones interesantes,
desde el cuerpo; si bien, éste lo releva a un segundo plano, al reconocer ella
misma que da por válido, como discapacidad de su interés, el cáncer o el VIH;
desde el género; si bien no lo expande mucho, no es su epicentro (por ej. p.
145 o 219) (Esteban, 2006)[5]; e
inclusive a la antropología de la técnica; recordándonos la difusa línea entre
lo digital y lo analógico en el real uso de la tecnología.
Pero se nota en todo el libro una
nueva dicotomía: el valido y el discapacitado. Planteado desde la hegemonía del
valido, al modo de Bourdieu (2011)[6] y/
o desde la antropología Médica Crítica y autores como Frankenberg[7],
desde el egemón cultural que define
al otro. Igual sería interesante tener en cuenta que, antes que discapacitada
fuera antropóloga; sin menospreciar los momentos en los cuales ejerce como tal
a lo largo del libro.
Estilísticamente, vale la pena
seguir leyendo esos capítulos cuyos últimos dos párrafos, con tanta gracia, nos
dirigen a introducirnos en el siguiente capítulo, y así sucesivamente;
invitándonos a aproximarnos a una cuestión tan extraña para muchos válidos.
A modo de comentario final, valga mencionar
el interés del trabajo por ilustrar, mediante esa misma organización retórica, la
continuidad y discontinuidad del proceso de salud tanto dentro como fuera del
ámbito hospitalario. La autora, mediante esa ligerísima escritura nos describe,
de forma empática, como los pacientes encuentran su salud, su “nueva
normalidad”, no solo con los médicos, enfermeros y psiquiatras, sino que, los
amigos, el entorno laboral y la familia, se erigen como pilares de un proceso
de búsqueda de salud.
Así, da testimonio de la intrincada
construcción del discapacitado, con
toda su riqueza interna y todas las complejidades externas; enriqueciendo así
un camino iluminado por maestros en al disciplina como Arthur Kleinman.
En relación con investigaciones más recientes, vemos cómo puede seguir la
estela de Eduardo L. Menéndez y su propuesta de analizar el pluralismo
asistencial (por ej. 2005, 11)[8]:
Explicar las características, desarrollo
y funciones que cumple la biomedicina –y por supuesto, las otras formas de
atención– supone también describir y analizar los diferentes sectores sociales
que se relacionan a través del proceso salud/enfermedad en una sociedad
determinada.
En este sentido vemos como los
procesos de búsqueda de salud no importan per
se, sino en relación con un contexto social codeterminante. La discapacidad
y la validez no están en sí y para sí en el mundo, se constituyen. En
este sentido nos resuena el eco de Canguilhem (1978, 86)[9]
al decir aquello de “la salud es la
vida en el silencio de los órganos”; dentro de esta lectura, dichos órganos son los físicos, los del cuerpo,
pero también cuentan los órganos institucionales y los sociales.
[1]
Letamendi, Higiene general de 1911,
citado en: MIRET, Josep; RIERA, Joan (1973). Idealisme i positivisme en
la medicina catalana del segle XIX. España: Institu d’estudis catalans.
P. 52. Disponible en: <<https://books.google.es/books?id=wnI0CnIj23QC&lpg=PA52&dq=Letamendi%2C%20tanto%20de%20vida%2C%20tanto%20de%20muerte&hl=es&pg=PA52#v=onepage&q=Letamendi,%20tanto%20de%20vida,%20tanto%20de%20muerte&f=true>>
[2]
WEIZSÄCKER, Viktor von (1956). El
hombre enfermo. Una introducción a la antropología médica. España: Luis
Miracle
[3]
VENTURA, Laia (2019). “Saber viscut de la vivència entre la
investigació, l’escriptura i la vida”. En: Sam Fernández-Garrido y Elisa
Alegre-Agris (Org.). Autoetnografias,
cuerpos y emociones (II). Perspectivas feministas en la investigación en salud. España: Publicacions URVB. Pp. 57-39.
[4]
COSAT, Beltrán (1989). “Las
técnicas en la antropología: desarrollo y perspectivas”. En: Anthropos. Nº Extra 14. Pp. 167-174.
[5]
ESTEBAN., Mª Luz (2006). “El
Estudio de la Salud y el Género: Las Ventajas de un Enfoque Antropológico y
Feminista”. En: Salud Colectiva.
2(1). Pp. 9-20.
[6]
BOURDIEU, Pierre (2011). Las
estrategias de la reproducción social. Argentina: siglo veintiuno
[7]
Para un marco más genérico véase:
FRANKENBERG, Ronald (2003). “Unidas por la diferencia, separadas por la
semejanza. La alegremente dolorosa posibilidad de la colaboración entre
medicina y antropología medica”. En: Cuadernos
de Antropología Social. Nº 17. Pp. 11-27. Disponible en: <<https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=7174914>>
[8]
MENENDEZ, E. J. (2005). “El modelo médico y la Salud de los
Trabajadores”. En: Salud Colectiva.
Vol. 1 Nª 1. Pp. 9-32. Disponible en: <<https://www.redalyc.org/pdf/731/73110102.pdf>>
[9]
CANGUILHEM, G. (1978). Lo normal y
lo patológico. México: Siglo XXI.
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