¿Qué papel juega el cuerpo en el relato etnográfico de Allué?


Esta es una reflexión realizada a la luz de los capítulos del 3 al 5 del estudio de Marta Allué del 2003. La pregunta entorno a la cuela se nos hizo reflexionar es la que se encuentra en el título. Si decidimos aclarar esto es porque, si bien tras avanzar en la lectura, creemos que la tesis es perfectamente sostenible, pueden haber luces y sombras en estas líneas que, si bien no son justificables, pueden ser comprensibles a la luz de esta información. En dos próximas entregas se prosigue con la "Lectura a Allué", como me gusta titular estas secciones: una entrono a lo normal y lo patológico en el libro y otra de análisis más amplio; ya se irán perfilando en su momento.

Gracias.



La perspectiva que Allué (2003)[1] toma en su trabajo, nos parece, comprende al individuo delimitándolo en su cuerpo, y proponiéndolo entre dos estados: el valido y el discapacitado.
En este caso, a diferencia de otros casos donde la disciplina se centra en lo sano y lo malsano (por ej. Le Breton, 2019, o, desde una perspectiva histórica, Vigarello, 2006)[2], la autora se interesa por la categoría social que toma el cuerpo como valido o minusválido; notándose aquí la fuerte influencia de la idea de estigma de Goffman (2008)[3]. De esto mismo se desprende la importancia que recubre la idea de “identidad” en los casos que nos va exponiendo en su introducción al trabajo:
Cuando la enfermedad o la discapacidad se instalan en un individuo deja de ser abstracción conceptual para materializarse en culpa y sospecha
(69)
Esto a su vez se explica por el interes que muestra la autora en estudiar, descubrir, un proceso integral que alcanza desde las bases mismas de la experimentación del mundo mediante el cuerpo, hasta la conformación de la identidad. Así es comprensible, que nada mas empezar considere que:
El antropólogo que trabaja sobre la enfermedad o el sufrimiento, necesitaría –aparte de una buena formación como profesional- conocer alguna de esas experiencias en su propio cuerpo.
(p. 47)
Procurando reengarzar esta última cuestión con la idea de estigma entorno a al cual empieza a trabajar la autora, es interesante notar las diferencias que podemos encontrar con otros trabajos o propuestas, tanto por la distancia entre autores como entre disciplinas.
Si bien se atribuye a la antropología el campo de lo cultural[4] (Bueno, 2016, 137-176)[5]; y esto tiene muchísima influencia en el trabajo de Allué, buen ejemplo es la tentativa que tiene de reconstrucción cultural del sentimiento de culpa mediante la tradición judeocristiana (la cual no es capaz de concretar en el concepto preciso de “libre arbitrio” por desgracia) (p. 72); no por ello desatiende las cuestiones sociales. Así es en estas dos dimensiones en las que se centra el trabajo de la antropóloga.
Otros trabajos que han podido abordar la cuestión de la “minusvalía” son la psicología. En este sentido se nos hace de interés traer al frente el célebre libro de Antonio Damasio (2019)[6] El error de Descartes. En esta obra el autor se centra en la relación entre lesiones físicas y la alteración de la conducta de los individuos con respecto a su entorno. Para dar muestra de la primacía que toma el cuerpo en su desarrollo nos puede servir citar uno de sus apartados: “Si no hay cuerpo, no hay mente” (303).
Sin embargo lo que marca la diferenciación entre ambos abordajes de la anomalía, es que vemos dos procesos totaleramente inversos[7]:
-          Damasio se centra en como la condición individual altera la normal percepción del entorno.
-          Allué se centra en como la sociedad cambia su conducta ante la anomalía de un sujeto.
Aparecemos como elementos extraños dentro de un imposible universo armónico sin diferencias.
(p. 66)
Allué busca en la sociedad cómo esta define a la persona cuando esta sufre mutaciones en su normal forma (quemaduras o amputaciones por ejemplo) o comportamiento (tetraplejía o espasmos, por ejemplo) del cuerpo.[8] Es así como podemos comprender, si bien no compartir, la relevancia que le da a una “condición compartida” de minusvalía entre ella, quien realiza el trabajo de campo, y sus sujetos de trabajo en el campo. Lo cual explica, en tanto que procesos de socialización, institucionalización, compartidos (en parte, nunca totalmente) que advierte la autora que: “los entresijos del dolor o de la discapacidad se explican abiertamente a un igual o a un profesional de la salud[9] (48).
Un buen ejemplo de este proceso de “institucionalización” y aceptación o rechazo de la condición socialmente asignada es el caso de su propio padre. Así, para concluir, su padre con respecto al estado de su cuerpo “solo aceptó ser mutilado de guerra como consecuencia de sus quemaduras, nunca minusválido, eso era otra cosa” (p. 55).



[1] ALLUÉ, Marta (2003). DisCapacitados. Una reivindicación de la igualdad en la diferencia. España: edicions bellaterra.
[2] LE BRETON, David (2019). Desaparecer de sí. Una tentación contemporánea. España: Siruela. VIGARELLO, Georges (2006). Lo sano y lo malsano. Historia de las prácticas de la salud desde la Edad Media hasta nuestros días. España: Abada editores.
GOFFMAN, Erving (2008). Estigma. La identidad deteriorada. Argentina: Amorrortu.
[4] Lo cual no es cierto –nos permitimos comentar– pues la propia práctica de las disciplinas “sociales” ha demostrado poder crear aquello que se ha llamado “Cultural Studies” y que tanto ha influido en los últimos años en la academia Anglosajona.
[5] BUENO, Gustavo (2016). “La idea de cultura como campo de la investigación científica. La Antropología cultural como «Culturología»”. En: El mito de la cultura. España: Pentalfa. Pp. 137-176.
[6] DAMASIO, Antonio (2019 [1995]). El error de descartes. La emoción, la razón y el cerebro humano. España: Destino.
[7] Otro aspecto interesante de este choque entre disciplinas, es la propia crítica que vierte la autora sobre cuando los profesionales de la psicología o la psiquiatría introducen tratamientos en exceso agresivos, por su medicalización, a problemas de una índole cuando son otros: “A notros [los discapacitados] el origen no nos preocupa, es nuestro futuro con secuelas –si las hay- lo que nos inquieta. En estas líneas, psiquiatras o psicólogos poco informados traducen de las depresiones traumáticas problemas ligados a la causa de origen” (p. 75). Este mismo aspecto, si bien no define el trabajo, es significativo en el estudio de los casos de Damasio, quien busca las causas extracorpóreas (entorno, contexto histórico, trabajo, etc.) y corpóreas (qué secciones del cerebro ha afectado X herida o impacto) en los caso que nos presenta. Aun que es importante destacar que el autor no se detuvo aquí y lleva mucho más allá su estudio. Sin embargo, sí que en el relato antropológico vemos que estas cuestiones de origen son, en buena medida, irrelevantes para la autora.
[8] En este mismo aspecto, no obstante, hay un hueco. La autora rompe esta relación con el cuerpo y se centra más en la relación simbólica cuando introduce “enfermedades asociadas a la idea de estigma, como el cáncer o el sida” (p. 58). En este sentido no negamos la cuestión del cuerpo, pues existen evidentes relaciones entre enfermedades. Sin embargo, ella misma se delata en este aspecto, al centrarse más que en la enfermedad así, en la condición de estigmatizado; lo cual no queremos decir que sea ni bueno ni malo. Sin embargo, ella misma lo encuentra lo suficientemente relevante como para detenerse a comentarlo.
[9] Sin embargo, se  lamenta que no haga notar que ella misma forma parte del corpus de “profesionales de la salud”. De igual modo, nos parece, cae en el radicalismo de afirmar que “las deficiencias no discriminan” (p. 61) lo cual parecería no compartir las listas de accidentalidad laboral, por ejemplo, y sus víctimas.

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