El café de los viernes


Introducción
Los viernes dese hace seis años nos reunimos por las tardes. Esta es una regla casi-sagrada, con todas las peripecias posibles quedamos. Conforme nos hemos ido desplazando el “centro de reunión” se ha ido desplazando, a día de hoy la H es la “base de operaciones”.

Y si uso semejante lenguaje es por una cuestión muy sencilla; esta relación de amistad es caracterizada por lo que algunos conocen como “cuñadismo”. Se genera una suerte de espacio en el cual se repiten las mismas bromas, se escuchan las mismas canciones, se ven los mismos videos y se hace la misma ruta, los demás reconocen que ese espacio es primero nuestro y, en un segundo grado, después de los demás.

Cuerpo
El horario de comidas, el viernes, está desplazado; se come sobre las 3:30 y se termina sobre 4:30/5:00. Él sin embargo come puntualmente, alrededor de las 2:30.
Él termina su jornada laboral a las 6:30, en ocasiones se adelanta.
Yo, por mi parte, hago la siesta o último algún trabajo sea este para la universidad o por placer.

Alrededor de las 6:45 llegan los mensajes; “ya voy, hoy voy con bicicleta eléctrica e iré más deprisa”. Aquí ya empieza el ritual; siempre coge la bicicleta eléctrica para llegar más temprano, pero aun así siempre me avisa de que es así, no me informa, me confirma que todo va como siempre; bien.
A las 7 llega. Tenemos prisa por ir a la H, hay que aprovechar todo el tiempo disponible, en muchas ocasiones incluso sale antes de trabajar para poder llegar a mi casa a las 6:30.

Me llama para que baje, me avisa de que esté preparado; me atraso los 8 minutos (aprox.) que ya son costumbre. Le abro las puertas del edificio y le comento lo mal que le queda la ropa, él me recuerda que estoy gordo. Nos damos un abrazo y entramos al rellano para coger el ascensor.

Le advierto de que tenemos prisa y que no quiero que este demasiado tiempo con los demás hablando, que se alarga demasiado. Él me gruñe diciendo que por una vez que viene quiere estar tranquilo, pero que tendrá cuidado de no tardar demasiado. Hacemos nuestras pequeñas bromas de rutina, no son para hacer gracia, son para saber cómo está el uno y el otro; confirmar que todo va bien.

Cuando llegamos a la puerta pico al timbre avisando a los habitantes que hemos llegado. Él se dirige al comedor y saluda, yo le acompaño. Lo dejo ahí, pero antes le advierto que solo es terminar de cambiarme y nos vamos.
Le preguntan si quiere tomar algo, y dice que sí, un café; le taren un café con unas pastas, preferentemente cruasanes rellenos de chocolate espolvoreados con azúcar glas; comprados por la mañana, a sabiendas de que vendría.

Yo me termino de arreglar y ultimo el despacho para que el caos de papeles, libros, bolígrafos quede replegado y sea invisible para aquellos que no esta tan familiarizados como yo a hacer arqueología entre esos papeles.

Al salir me dirijo a la cocina, escucho de qué hablan y compruebo que les explica que esta semana se ha enfadado con X e Y, pero lo solucionó. Que la terapia le va bien, prospera, puede reprimir su ira, pero sigue sufriendo por la impotencia; lo he odio tantas veces que aún me sabe mal.
Bebo agua poco a poco, que sepan que estoy en la cocina, que oigan la botella, la jarra (si, bebo agua en una jarra de 250 cl de cerveza), etc.

Me dirijo al comedor, ya son las 7:15 y se nos hace tarde, tendríamos que haber ido a la H a las 6:45 como muy tarde.
Esta sentado en el sofá hablando con todos, explicando lo que a mí ya me ha ido contando durante la semana.
Me quejo de que se esté tomando un café y merendando cuando tenemos prisa; él me dice “enfadado” que me espere y que le deje tomar la merienda tranquilo. Yo no lo apruebo con un gesto. Me mira y me hace algún comentario gracioso sobre lo que le ha pasado durante la semana, nos reímos y él aprovecha para explicar a los demás de qué va el asunto; a partir de ahí se suceden un par o tres de anécdotas más, las cuales escucho sentado con todos.

Le advierto que me voy pero que en 10 minutos nos hemos de ir.

Cuando son las 7:30 en punto me dirijo al comedor para avisarle de que nos hemos de ir; no me hace caso y sigue hablando, pero entonces me quedo de pie para obligarle a que se levante. Los demás insisten en que se quede un poco más hablando “si está a gusto”.
Le insisto para irnos, él me dice que le traiga al comedor sus cosas, que las ha dejado en mi habitación al entrar en la casa. Se las llevo y aun tarda unos minutos en levantarse, las coge poco a poco mientras sigue hablando. Ese es el momento de que los otros interlocutores le hablen más extensamente.

Le notificamos a los demás que nos vamos a tomar un café, en ocasiones nos miramos cómplices mientras lo decimos, como dos críos.

Cojo algo de dinero suelto, se necesita efectivo.

Salimos de casa despidiéndonos de todos.

En el ascensor me comenta cómo ha visto el percal y lo prisitas que soy. El orden puede variar.

Salimos de casa y nos dirigimos a la H. Hacemos bromas jugando con tonos varios, nos insultamos mutuamente y nos reímos de lo mal que nos va en la vida. Siendo él ateo y yo católico ese suele ser el momento oportuno para recordarle que, por más que él sea ateo, Dios debe existir ni que sea para tocarle las narices.

Vamos haciendo camino y cuando faltan unos 100 metros para llegar comentamos qué nos vamos a coger este día; ¿Lo mismo que las semana pasada? ¿Algo clásico? ¿Innovamos?! Esta última es las menos de las veces.

Entramos sacando el carnet y el DNI. Saludamos al chico con una cierta confianza. Mientras entramos nos miramos y comentamos algo gracioso de ese chico que está en la entrada con un estilo tan propio y tan abstraído, en apariencia, mentalmente del mundo: parecemos dos gotas que caen en el mar en calma que es su mente.

Lo primero es buscar sitio, en especial los rincones, son los más cómodos para apoyarse y descansar. Los localizamos, pese a ir tarde, como siempre, aún no ha llegado todo el gentío. Cada semana paga uno mientras el otro acomoda las cosas en el sitio escogido. El local es pequeño, me dirijo a la barra y miro el menú del día, tienen pocas variaciones; nos miramos y en la distancia comentamos cual coger: ¿Chanel? No/Si, es muy suave ¿Critical? Si/No, es un clásico moderado ¿Colombian? Si/No hay tiempo para que haga su efecto ¿Lemonade? Y así con las variedades que hayan y conozcamos. ¿Cuantos gramos? 3. Ya lo sabemos, pero seguimos tanteando el terreno, si cambia el numero nos preguntamos qué pasa.

Le hago algún comentario a la chica, él siempre dice que está muy buena. Yo prefiero más formalismo, pero con una cierta proximidad, él resulta ser más tímido para ciertas cosas.
Cojo la bolsita y me dirijo a los sofás.

Nos sentamos y ponemos la chaqueta y las bolsas cómodas, que no molesten pero que puedan servir de apoyo. Sacamos la botella de agua de litro, mientras el saca su Red Bull grande.

Ahora solo toca hacer tiempo, nos recostamos cómodamente pero sin dejadez. Hablamos un poco de la vida, miramos el Instagram y hacemos un repaso rápido de los amigos de cada uno, las noticias curiosas que nos saltan y lo que nos vaya saliendo.

Pasados unos 10 minutos me incorporo. Grindo y pongo lo grindado en una bolsa de tabaco Virginia, cojo un par de cigarrillos de Malboro gold 100 (los largos), los abro y desparramo el tabaco en la bolsa de Virginia. Después se coge un paquete de papeles de liar largos, a modo de espátula, y se mezcla. Ahora hay que ir preparando las boquillas de cartón, dicen que las hago de maravilla, finitas, contundentes y con forma en el interior para que no pase nada más que el humo. Preparo unos 4 filtros. Sé que necesitará más, pero cuando prepare los otros tres filtros estaremos los dos codo con codo liando.

Al terminar me vuelvo a poner cómodo; ya es su turno.

Él lia los tres primeros, pero esos son “la reserva”, todo el mundo sabe que nos guardamos esos tres para después.
Cuando veo que va liando el 4o me reincorporo, ahora nos toca hacer el trabajo juntos; voy preparando los tres papeles que necesitará, mientras los rellena y los va prensando le voy preparando los filtros y se los paso conforme veo que los necesita.

Abrimos nuestras respectivas bebidas.

Nos quedamos bien sentados mientras los encendemos, uno para cada uno, y damos los primeros calos.

Comentamos el sabor, la textura, la profundidad.

Cuando llegamos a la mitad nos volvemos a acomodar en los sofás, ponemos el cenicero entre los dos. Por mi parte aprecio la precaria oferta televisiva que se proyecta en las paredes. Él empieza a mirar Instagram, es su primer momento de autismo; cada uno va a la suya, asimila la situación y la entrada a la “burbuja” a su manera. Pasados unos 10 minutos desde la encendida empezamos a mirarnos y a hacer bromas, él comenta lo mala que es la programación, yo comento lo poco decente que hay que ser para estar con tu mejor amigo y mirar el móvil.

Yo me incorporo para mirar mejor su móvil, él pasa a la galería del teléfono. Empiezan las memorias, videos, fotos, memes, chats vergonzosos de los dos salen a la luz. El orden es el mismo, se deshace el camino de estos últimos 5 años pero añadiendo las nuevas anécdotas de la semana anterior.

Al cabo de un rato empezamos el 3o. Este se comparte entre los dos, empezamos a ver videos de Carlos Sobera; al cual imitamos con sus risas y expresiones, nos reímos de los participantes que fallan preguntan obvias. Si uno u otro falla en la imitación se interrumpe abruptamente y se le humilla, no se aceptan errores.

Una vez vistos los mismos videos una media de 5 veces cada uno pasamos a la música. Aquí las funciones empiezan a pasar de manos, yo tengo la lista de música descargada y al gusto. Empezamos a reproducirla. Ninguna canción es reproducida hasta el final, pero se cantan y se recuerda cundo fueron descubiertas y las peripecias hechas para poder captarlas por Shazam y así guardarlas. Me quejo de las canciones que él nunca me pasa, cada semana hay nuevas, se olvidan las más viejas.

Ya siendo las 8:15 comentamos lo temprano que es. Empieza a animarse el tinglado. Las caras individuales y los grupos ya son reconocidos, nos constamos los unos y los otros pese a no saludarnos.
Nos metemos con algunos, alabamos a otros y comentamos lo atractiva que es tal o cual chica.

Ponemos de fondo la música y los videos, estos pasan a un segundo plano. Empezamos a hablar de nuestra vida, de forma directa e incorrecta; nos re-explicamos lo que ya sabemos el uno del otro, cometemos errores y nos corregimos mutuamente.

Empezamos a preparar más papeles y filtros, en esta ocasión ya es un codo con codo desde el principio. Y vamos dándole. Hay un solo mechero, la coordinación es importante y el uno ha de estar atento a las necesidades del otro, acercar la bebida, no estirar los auriculares, no golpear el cenicero, pasar un cigarrillo… Lo que sea.

Hacia las 22:00 comentamos lo temprano que es, pero empezamos a reunir a miembros de otros grupos para cenar. Cada vez que se queda con ellos es un mundo; ellos saben el dúo que somos,  nosotros lo sabemos: nos regodeamos en ello.

Finalmente la cena es protocolaria, solo hay dos opciones:
·         Ron cola para cada uno y unas bravas
·         Ron cola para cada uno, unas bravas y una hamburguesa reconocida para cada uno.

Tras esto se dan un par de vueltas y nos volvemos a la casa de cada uno. Lo que se alarga más allá de esto ya no está sujeto a nuestro universo, ya no comparte códigos, referencias, imágenes, gestos, etc. Pasa a ser una noche más entre jóvenes.


Conclusión
Se dice normalmente: “hemos vivido mucho”.
En este caso no sería una cuestión de cuanto se ha vivido sino cómo se ha vivido. La descripción precedente da buena muestra de la opacidad de hacer “nuestro” una serie de espacios, códigos, momentos, etc.

La repetición de horarios, expresiones, chiste, consumo de determinadas sustancias, contenidos multimedia; esto forma la unidad. La repetición de encontrarse con “otros”, ya sean de la propia H o externos a ella, son los que terminan por formar una identidad.

En una película del año 2015 llamada The youth (La juventud) dirigida por Paolo Sorrentino se nos describe la relación entre dos viejos amigos, enmarcado en toda una serie de relaciones que irán desarrollando el propio título de la película. En la segunda mitad del largometraje la hija de uno de los amigos le comenta al otro que su padre ha renunciado a algo que muchos considerarían un gran honor, el amigo nos sabía nada. La hija le recrimina que tienen una amistad muy extraña; él le contesta:
[una amistad] Rara?
No es rara. Es una señora amistad!
Y los amigos de verdad solo se cuentan las cosas buenas.
(1:14:02)
ARTUR LLINARES PACIA

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