Sobre la antropología en la contemporaneidad.
La
contemporaneidad se caracteriza por la modernidad y la postmodernidad. La antropología, junto a tantas otras ciencias surgidas en el siglo XIX, ha tenido
que adaptarse, en una acto de resiliencia, a los cambios que ha sufrido la
humanidad en los últimos dos siglos.
Podemos
dividir esta reflexión en tres secciones: La antropología en sí; La
antropología en la retrospectiva; la más importante, La antropología de ahora.
Marvin Harris dice que “la antropología nos recuerda que, a
pesar de nuestras diferentes lenguas y culturas, todos somos miembros de la
misma especie y compartimos una naturaleza y un destino común” (Harris, 2015,
21). En estas escasas líneas Harris aborda los aspectos fundamentales que, me
ha parecido entender a mí, trabaja la Antropología:
·
El pasado de la humanidad
·
El futuro de la antropología
·
El marco en el que mueve el hombre:
·
Sea este un marco construido por el
mismo
·
Sea este un marco ajeno a su
voluntad y preexistente.
La
antropología se ha erigido a sí misma como una ciencia con una metodología que
aspira a construir una obra de valor reconocible. Pero es fundamental entender
que esta obra posee una finalidad determinad. Aquellos que tenemos vocación
antropológica aspiramos a comprender el hombre en una dimensión universal y a
su vez local; tanto en una dimensión cronológica, nos importa el hombre de las
cavernas igual que el hombre moderno que retrata Magritte; como en una
dimensión espacial, nos atraen por igual las tribus melanesias como las tribus
urbanas de Moscú. Es esta amplitud de miras de la antropología, a mi arecer,
que le permite ser una herramienta tan útil para el hombre y a su vez una
materia que se mantiene, en cierto modo, al margen del lenguaje cuotidiano de
las personas de a pie.
Pero ciertamente la Antropología no ha sido siempre un
estudio tan plural. Dentro del escaso reparto de lecturas sobre antropología
que uno tiene en su haber, Levi-Strauss es el antropólogo que, en su célebre
pasaje Un vasito de ron (en: Triste Trópicos), con más encanto ha
presentado el espíritu redentor de la antropología.
Se
dice a veces que la sociedad occidental es la única que ha producido
etnógrafos; que en esto consistiría su grandeza y, a falta de las otras
superioridades que éstos le recusan, es la única que los obliga a inclinarse
ante ella, ya que sin ella no existirían. De la misma manera podría pretenderse
lo contrario: si el Occidente ha producido etnógrafos, es porque un muy
poderoso remordimiento debía atormentarlo, obligándolo a confrontar su imagen
con la de sociedades diferentes, con la esperanza de que reflejaran las mismas
taras o de que la ayudaran a explicar cómo las suyas se desarrollaron en su seno.
(Levi-Strauss,
1955, 5)
Talvez este
sentimiento sea indesvinculable de la materia, pero a diferencia de los
primeros estudios de antropología, impulsado por la curiosidad y el afán de
conservar datos como archiveros; la antropología hoy se puede reconocer
dignamente, junto a otros campos de estudio, ante la voluntad de “hacer una sociedad
buena para vivir” (ibid., 8).
Recientemente
se me planteó un análisis comparativo entre B. Malinowsky y Ruth Benedict.[1] Uno
de los aspectos fundamentales que entre ambos se destaca, especialmente
comparando Los argonautas
(Malinowsky) con El crisantemo
(Benedict) es que en dos contexto de una veintena de años de diferencia la
antropología se había permitido grandes avances, no únicamente en aspectos como
que Malinowsky opta por presentar su etnografía en múltiples volúmenes y
Benedict ya en único volumen (Marcus y Cushman, 1991), cambios a un nivel práctico.
Malinowsky
genera una nueva forma de trabajo de campo gracias a/forzado por la situación (Álvarez,
1994). Benedict también lo hace así. Esto nos demuestra que el antropólogo
desarrolla su estudio con una gran capacidad de adaptación. En este caso
estamos hablando de cuestiones mucho más tangibles como un contexto que más
bien impiden hacer el trabajo de un determinado modo; pero el antropólogo posee
la habilidad sobrada de ampliar el horizonte de sus cuestiones.
Esta apertura
a nuevos cambios plantea un replanteamiento de la propia materia respecto a la
sociología. Ciertamente los límites de os estudios de ambas ciencias hoy en día
son difusas, la diferencia la hemos de buscar en la metodología; y talvez en
esta misma metodología la antropología se alza con un cierto honor sabiéndose poseedora
en exclusiva de la observación participante.
Siguiendo
con la idea de Levi-Strauss de crear una sociedad mejor la antropología ha sido
la ciencia, o una de las ciencias, mas predispuesta a poner la luz sobre los
temas más escozases, ya desde los estudios sobre la sexualidad de la primera
mitad del siglo XX de Malinowsky y M. Mead, hasta los actuales estudios sobre
Género o discriminación en términos más amplios. Así se erige como un “adalid”
de la “justicia” y la verdad. Y es a mi parecer donde más destaca la
investigación antropológica, no solo busca la verdad sino también la justicia.
Esta casi
quimérica búsqueda se hace en uno de los mundos más autoconscientes de su
propia complejidad. El antropólogo trabaja con esa densa masa de realidad y,
talvez en una lógica postmoderna, sus múltiples superficies de interpretación,
a lo que se ha llama intertextualidad (Jameson, 2012).
La inmensa
capacidad de revisión que posee la antropología es uno de los elementos
fundamentales de la misma para proceder a reincorporar viejas tesis, tesinas,
estudios, ideales, etc. añadiéndoles las nuevas pruebas, tecnologías de
investigación y problemáticas de que disponemos; pero siempre sobre aspectos
específicos y sin caer en divagaciones, o aspirando a ello. M. Augé llama a
esto el modelo de “la carta robada”, un modelo que se pregunta “¿Cómo nuestros
predecesores pudieron ignorar un hecho que sin embargo saltaba a la vista?”
(Augé, 1996, 62).
Y obviamente
dentro de esta constante revisión el elemento fundamental que marca hoy la
mayoría de estudios humanísticos es la globalización. “Nos están “globalizando
a todos; y ser “globalizado” significa más o menos lo mismo para todos los que
están sometidos a ese proceso.” (Bauman, 2001, 7) y esto nos fuerza a poseer
una visión “ingrávida” (jugando con el concepto de Bauman) sobre el mundo y sus
relaciones. Y es que es justamente sobre estas tensiones sobre las que debe
trabajar la antropología como bien defiende Marc Abélès. El mundo se globaliza
y eso es irrefrenable, ciertamente la Antropología ya surge de una iniciática
globalización; la colonización, es talvez por ello que es la que mejor puede
gestionar el presente marco. La geografía física de por sí sufrió una gran
crisis en la segunda mitad del s. XX y nos hemos olvidado de que existía antes
un cosa llamada geografía que nos marcaba el porvenir, puede ser ilustrativo de
este aparente olvido colectivo la obra de Robert D. Kaplan titulada La venganza de la geografía (2012). La
globalización desdibuja estos límites en una primera instancia pero la colisión
c0on las otras evoluciones que se han producido a lo largo de la historia,
hacen evidente una realidad; no estamos solo en este proceso de globalización, hemos
de convivir. En la nueva dialéctica global, la Hermenéutica Diatópica en palabras de Boaventura de Sousa Santos, me
parece a mí que es donde debe apuntar la nueva Antropología.
Pero no
solo debemos observar la intervención del antropólogo como un ser que se alza
sobre todo el globo para observar un proceso de dimensiones superiores a lo
territorial. El antropólogo no dejará de estudiar marcos más reducidos como las
ciudades o los pueblos. Las ciudades se erigen a día de hoy como los grandes núcleos
de intercambio. Como tales son catalizadores de lo global y a su vez de lo
local. Ciertamente alguien podría alzar la voz en pro de los estados como
formas intermedias entre lo global y lo urbano, pero la Crisis del Estado
moderno es algo ya palpable; Bauman lo
expone sin disimulos en Estado de crisis,
y Umberto Eco no falla ni un pelo al vincular la Crisis del Estado moderno a la
posmodernidad (Eco, 2016). Esto me obliga a advertir que este breve trabajo no
puede girar en torno a una antropología de la modernidad, pues con esto solo
llegaríamos hasta la década de los 60 del siglo pasado[2], pero
el presente exige muchísimo más para bien o para mal; la postmodernidad es el
marco sobre el que debe elaborar sus nuevos pensamientos la antropología.
El marco urbano, siguiendo con el hilo anterior, es la idónea
para una observación participante más humana[3] y
aplicar los resultados de este. Las ciudades son áreas de experimentación sometidas
a inmensa presión especialmente aquellas que siguen creciendo como Barcelona, y
aún más cuando este crecimiento se debe fundamentalmente a la inmigración. Esto
obliga a hacer un análisis intertextual que combine todo tipo de
discriminaciones en su análisis. Pero talvez invadidos por un mar de temas y
cuestiones a tratar (feminismo, animalismo, humanitarismo, política, a
política, lo nacional, lo supraestatal, lo regional, etc.) nos podemos olvidar
de algo fundamental:
No me cabe la menor duda de
que la desigualdad social es uno de los problemas más importantes y
persistentes que padecen nuestras sociedades, quizás el más transcendente de
ellos. También estoy convencido de que indispensable que vuelva a ser un tema
prioritario.
(Reygadas,
2007,346)
Como señala
Reygadas las desigualdades sociales son a día de hoy lo que mejor describe el
papel de la antropología en un mundo globalizado que va al son de lo occidental
postindustrial terciarizado. Un estudio transversal, y tal vez mas moderno en
tanto que renuncia a las múltiples superficies de la postmodernidad y recupera
la “profundidad” del análisis moderno.
Pese a esto
los estudios sobre las múltiples discriminaciones alas que se someten los
sujetes ya sea por causa de religión, sexo, género, raza, etc. Siempre teniendo
en menta ese proyecto eufónico[4]
que es la humanidad.
ARTUR LLINARES PACIA
Bibliografía:
ÁLVAREZ, Arturo (1994). La invención del
método etnográfico. Reflexiones sobre el trabajo de campo de Malinoiwski en
Melanesia. En: Antropología; revista de
pensamiento antropológico y estudios etnográficos. Nº7. Pp. 83-100. ISNN:
1131-5814. <http://www.ugr.es/~aalvarez/observadorcultural/Documentos/Alvarez_1995_esp.pdf> [Consulta: 31/03/2018]
AUGÉ, Marc (1996). Hacia la contemporaneidad. En: Hacia una
antropología de los mundos contemporáneos. Barcelona: Gedisa. Pp. 61-79.
BAUMAN, Zygmunt (2001). La
globalización: Consecuencias humanas. México: Fondo de Cultura Económica.
P. 171. ISBN: 968-16-5210-X
ECO, Umberto (2016). La sociedad líquida. En: De la estupidez a la locura. Barcelona: Penguin Random HouseGrupo
Editorial. Pp. 9-11.
HARRIS, Marvin (2015). Introducción
a la antropología general. Madrid: Alianza Editorial. P.719. ISBN:
978-206-4323-6.
JAMESON, Fredric (2012). Postmodernidad.
Vol. I. Argentina: la marca editorial. P. 194. ISBN: 978-950-889-234-8
LEVI-STRAUSS, Claude (1955). Un vasito de ron. En: Tristes Trópicos. Barcelona: Paidós.
Pp.483-494.
MARCUS, George E.; CUSHMAN; Dick E. (1991). Las etnografías como textos. En: El surgimiento de la antropología posmoderna.
Clifford Geertz (coord.), James Clifford (coord.). Pp. 171-213. ISBN: 968-852-100-0
REYGADAS, Luis (2007). La desigualdad después del multiculturalismo.
En: ¿Adónde va la Antropología?.
México: Universidad Autónoma Metropolitana. Pp. 341-364.
de SOUSA SANTOS, Boaventura (2002).
“Las tensiones de la modernidad”. En: Porto
Alegre; Otro mundo es posible.
España: El viejo topo. Pp.163-189.
[2] Cojo esta
década simbólica por el desarrollo de lo que hoy en día se llama Internet, a mi
parecer el más importante elemento para describir el panorama actual de
ingravidez de información y capitales.
[3] Entendamos que
el hombre forma parte de la globalización y por ende puede emplearse en la
observación participante, pero esta seria, desde mi punto de vista, alienada,
deshaciéndonos de nuestra subjetiva y respetable humanidad.
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