Sobre el Romanticismo y el Neoclasicismo:

Esta es la introducción de un trabajo que versa sobre Wagner y la sociedad Barcelonesa del s.XIX. Se plantea la diferenciación entre romanticismo y neoclasicismo, pues es funademnteal estudiar el arte de principios del s.XIX, y en especail clarificar el valor que poseen. Quede claro que esta es un avaloración própia.
En el supuesto que se quieran emplear estractos de esta breve redacción se exige la adecuada cita de la poresente fuente.
ANTONIO CANOVA (1757-1822): Estatua de bronce de Napoleón (1809)- Academia de Brera. Milán.
Fuente: Wikimedia Commons.


Si el siglo XVIII, en materia de Arte, se caracteriza por la rigurosidad académica del neoclasicismo que viene a enfrentarse a lo histriónico, teatral, del Barroco y el Rococó, la centuria que le sigue se caracteriza por un antiacademicismo justificado ante los desastrosos resultados de la ilustración racionalista en la Francia postrevolucionaria de finales del siglo XVIII[1]; de esto dejarían gran constancia autores como F. Schiller o E. Burke[2]. Siendo éste el siglo (XVIII) de las revoluciones iluministas[3] se acogen en el arte ideales como la universalidad, el orden, el equilibrio, etc. Esto se materializa en obras que, si bien poseen una gran belleza, no poseen, irónicamente[4],  naturalidad alguna.

“El carácter general en que reside la superioridad de las obras de arte griegas es el de una noble sencillez y una serena grandeza, tanto en la actitud como en la expresión.”
J. J. Winckelmann                                                                                                                                           (Reflexiones sobre la imitación del Arte griego en la pintura y la escultura -1755- )

El neoclasicismo encuentra su inspiración en Napoleón quien se iguala a los Césares endiosados[5] del antiguo Imperio Romano siendo así retratado. En un intento de recordar  a los grandes clásicos se intentará representar, imitando, la monumentalidad de los antiguos, mas, si bien logran la grandiosidad buscada, son obras carentes de una esencia que las pudiera hacer transcendentes por su contendido sentimental -es probable que ello se deba a que sean formas que ya no corresponden a estos tiempos modernos-. Es probable que la pura y simple imitación de los clásicos no sea suficiente para el observador amateur[6] que, en su ignorancia (justificada), no es capaz de encontrar sensibilidad alguna; no puede empatizar con un artista que no ha puesto “experiencia propia”[7] en su creación. Es, tal vez, en lo insípido de la creación donde reside una transcendencia del neoclasicismo que no puede desvincularse –casi con dependencia absoluta- de personajes como Napoleón, Julio César, Agesandro[8], Ovidio, A. Palladio, Dante o Virgilio; pues el neoclasicismo es una Vuelta a lo Clásico una Imitación de lo que es Bello pero no la Constitución de un Futuro o la Creación de algo Bello:
El Artista Neoclásico no es un Dios Creador.
El Artista Neoclásico es un Dios Imitador.

“Vicit imitattionem veritas”[9]
Marco Tulio Cicerón


FRANCESC SOLER ROVIROSA (1836-1900): Visión del puerto de Barcelona (1889) – Museu Marítim. Barcelona.
Fuente: El Poder de la Palabra.

Si bien el Neoclasicismo y el Romanticismo son dos movimientos que se diferencia en una infinidad de aspectos no debe nunca olvidarse que, al igual que un Goya frente a  un David, no se enfrentan en una gran batalla estética, filosófica o política; se oponen de una forma apacible, se distancian pero no huyen el uno del otro. El Romanticismo y el Neoclasicismo surgen ambos de la teoría del siglo XVIII: el neoclasicismo encuentra su inspiración en el racionalismo cartesiano, mientras que el romanticismo lo haría en el empirismo ingles de T. Hobbes, J. Locke o Beckley; ambos para ser posteriormente vertebrados y justificados por Winckelmann, Schiller, G. E. Lessing, L. Tieck o F. Schlegel y finalmente llevados a la práctica por J. L. David, Novalis, A. Canova o H. Heine.
El Arte vive de constantes revoluciones y el Neoclasicismo es una revolución para el arte al igual que lo sería el Romanticismo:

Revolución es un término que en la edad media definía el movimiento cíclico de los cuerpos celestes. Para los siglos XIV, XV y XVI el término fue recuperado por los renacentistas, de los griegos, para hacer referencia a lo cíclico de la historia. Así pues para los griegos una revolución llevaba a un pueblo de un estado a otro sin poder evitarlo para finalmente repetir el camino ya recorrido.[10] Esto es el Neoclasicismo; una vuelta, tal vez, inevitable a lo que ya hubo en otro momento de la Historia del Arte.
Con los levantamientos vividos en Florencia contra los Medici (1494, 1512 y1527) se popularizó el término “revolución” para que a lo largo del siglo XVII, en Inglaterra, se le otorgara la actual acepción al término: movimiento que no se puede delimitar que es promovido por las necesidades sociales. Esto es el Romanticismo; una ruptura total con lo previamente establecido que se debe a las dinámicas sociales.[11]

Pese a todo este juicio que me he permitido -siempre humildemente- ejercer sobre los dos movimientos estéticos que protagonizan la segunda mitad del siglo XVIII y la primera del siglo XIX, debemos disfrutar de lo que ambos nos han legado sin permitir que el juicio nos impida disfrutar de la creación del artista.
Disfrutemos pero con criterio:
“Hay tres clases de lectores: una primera, que disfruta sin juzgar; una tercera, que juzga sin disfrutar; y la del medio, que juzga disfrutando y disfruta juzgando; en realidad esta última clase de lectores reproducen de nuevo la obra de arte.”
J. Wolfgang von Goethe
(Máximas y reflexiones -1819- )




[1] Y que tal vez también han significado desastrosos resultados para la educación, la prensa, etc. de la actualidad.
[2] Friederich Schiller: Crítica a la educación estética del hombre (1795). Edmund Burke Reflexiones sobre la revolución francesa (1790).
[3] Ilustración
[4] Se considera que a lo largo de la historia del arte no hay cultura que captara la esencia de la naturaleza como lo hicieran los griegos; de ahí que algunos autores como Winckelmann justificaran su entera devoción y la necesidad de imitar el arte de este antiguo pueblo. Aun así; a diferencia de algunas de las más destacadas obras clásicas (Toro Farnesio, Torso del Belvedere o el Fauno Barberini ) o, inclusive, las obras del renacimiento que, al igual que el neoclasicismo, encontrarían en la escultura grecolatina una gran fuente de inspiración (Joven en cuclillas o el Rapto de las sabinas ); no lograría impregnar su obra de verdadera naturalidad.
[5] Se hacen retratar descalzos como los dioses, algunos imponen un culto a su persona esto a parte de toda la simbología que procura vincular a los césares con lo divino.
[6] Cicerón consideraría que la captación del arte debe tener en cuenta al artista creador pero también al espectador.
[7] Si E. Panofsky afirmaba que las vivencias del observador (sea este o no amateur) hacen surgir una obra de arte, también debe el artista procurar impregnar su lienzo con sus propias perspectivas, visiones y vicisitudes como ya lo harían muchos artistas de la talla de W. Turner, P. Gauguin, J. Sorolla, J. Seurat, A Marquet…
[8] Agesandro de Rodas, Polidoro y Atenodoro son los escultores del periodo helenístico a los cuales les atribuyó Plinio la autoría del famoso conjunto escultórico “Laocoonte y sus hijos”.
[9]La verdad siembre vence a la imitación.”
[10]. Estos estados se dividían en tres regímenes políticos con dos posibles vertientes, ello dependía de si se ejercía justa o injustamente. Podían ser: Monarquía o Tiranía, Aristocracia u Oligarquía y Democracia o Anarquía.
[11]. NATIONAL GEOGRAPHIC (2014.). “De los astros a los hombres”. En: Grandes revoluciones; un panorama de los movimientos sociales que han cambiado el curso de la historia, desde la instauración de la democracia en Atenas hasta la Comuna de París. Barcelona: RBA. ISNN: 2339-6202

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